No recuerdo bien cómo acababa mi último escrito, no sé si era como interrogándome qué me quería decir Dios con este tiempo lleno de despedidas hasta la otra vida, la verdadera.
Hoy, ha habido otro funeral, esta vez, la misa se ha celebrado en santo Tomás apostol. Un chico, llamado Vicente, en silla de ruedas, no sé si está bien dicho tetrapléjico (desconozco el nombre de su enfermedad, pero sólo movía unos dedos, con los que manejaba su silla de ruedas eléctrica), hermano de Ramón, el marido de Graciela, de veintiséis años.
Según me había comentado alguien, las espectativas de vida en personas con esa enfermedad, era aproximadamente de trece años, más o menos. Cuando supe de su muerte y de ese tiempo de vida "de más", lo primero que pensé fue en sus padres: ¡qué bien le han cuidado! Me imaginaba todos sus desvelos por él, por hacerle pasar la vida lo mejor posible.
Luego, pensé que Dios había pensado en ellos para una misión extraordinaria. Y, como ha dicho su padre en la monición ambiental, su heredad había sido hermosa; su hijo había sido un regalo de Dios desde el primer momento, pues nunca habían pensado en una familia en la que hubiese un niño, al que en otra familia no se le hubiera dejado vivir.
¡Qué cosas tiene Dios! ¡Cómo nos envía lo que ni imaginamos, pero junto, en el mismo "paquete", vienen las ayudas necesarias para vivir en Paz!
Pero, retomando el final del anterior escrito, pienso de verdad que algo especial me quiere decir Dios. Mi marido, al hacer esa misma pregunta, en general, involucrando a mi familia, me ha contestado que debemos estar preparados. Sí, creo que es un buen aviso. Quizá, aunque lo he pensado, no tiene previsto llamarme pronto; pero sí, seguramente me está avisando, quizá mi vida no es lo que Él espera que sea, contando siempre con las ayudas que me está dando; quizá me prepara para la partida de alguien más cercano; quizá, quizá, ....
Me alegro de haber estado allí. Mi fe ha salido reforzada, porque ver a la familia, con lágrimas en los ojos, por la separación, cuando en el mundo, ese chico, ni siquiera hubiera nacido; ver cómo sus hermanos de sangre y de comunidad (supongo) lo entraban y lo sacaban en hombros llenos de emoción, al templo; escuchar las lecturas, especialmente el evangelio de las Bienaventuranzas; escuchar las palabras del presbítero, cuando decía que deberíamos vivir como resucitados, porque las Bienaventuranzas no son lo que viviremos una vez en el Cielo, sino que son las realidades que podemos vivir ya en la tierra, que nos ha ganado Cristo con Su muerte y resurrección; ver, una vez más, el milagro de la real presencia de Cristo en el pan y el vino; poder recibir en mis manos pecadoras ese Cuerpo Suyo, que se deja tocar, besar, masticar, tragar por mí, que sólo soy una pecadora.
Me urge convertirme, lo se. Lo que me quede por hacer, lo quiero hacer por amor a ese Cristo que me amó, que me ama, hasta el límite, en toda su totalidad.
Deseo amar con ese Amor "cruel", me atrevo a llamar, que es capaz de odiarse a sí mismo, por toda la humanidad. ¿Quién puede ir contra sí mismo? El que no se tiene en más que los demás, el que no se reserva nada para sí, el que jamás dice "ésto es ya demasiado", ..., el que es como un corderito manso, que no se resiste al que le va a matar.
Padre, no sé que quieres decirme concretamente, sólo veo estas "pinceladas", que aunque son sencillas me hacen mucho bien. No dejes de enviarme Tu Espíritu Santo, para que cuando llegue cada momento de Amor, pueda ser como Tu Hijo. Amén
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