domingo, 23 de septiembre de 2012

ESOS HIJOS QUE QUIEREN CAMINAR SOLOS

Después de algún tiempo de no entrar en este, mi humilde Blogg, aquí estoy de nuevo. Tenía algo en mente, que me gustaría comentar; pero, antes, no quiero dejar de agradecer a las personas que leen lo que escribo, su sinceridad, especialmente una amiga llamada Carmen, que me ha dicho una cosa que, ya mi marido me ha comentado con frecuencia y que, yo, porque soy "muy mía", no había hecho caso.
Dice mi amiga que no debería escribir con mayúsculas, porque es como si dijera las cosas a voz en grito. Las mismas palabras de mi marido. En fin, cuando ya son más personas las que coinciden en algo, he de pensar que estoy equivocada y que, con ese lenguaje escrito, doy a entender algo que no me pasa por la cabeza. Intentaré enmendarme; ahora, que pido perdón por adelantado, porque releyendo el primer fragmento de este escrito, he descubierto que he escrito las palabras después de punto, en minúscula. Es lo que tiene de cómodo escribir todo en mayúsculas, que siempre escribes la primera después de punto con mayúscula. ¡Ya digo, voy a intentar poner todos mis sentidos, para ahora no ir escribiendo con faltas de ortografía, a causa de mi "vicio de escribir todo en mayúsculas!
¡Gracias, de nuevo, a los que me dicen la verdad!
Y, ya comenzando con el tema que llevo días barruntando, empezaré que va de niños pequeños; de los que han comenzado a andar hace poco y ya no quieren ir en el carrito cuando van con sus papás por la calle. ¡Es muy curioso lo que he observado! ¡Ahora os cuento!
Aunque soy mamá de numerosa prole, he tenido que estar en la retaguardia, es decir, en la situación de tener los hijos mayores (mi pequeña tiene 16), para darme cuenta de una cosa curiosa, y de meditarla, buscándole un sentido. Yo soy así, suelo pensar que las cosas no son obra de la casualidad y que todo tiene su significado.
Me resulta muy gracioso cuando voy por la calle y veo a esos pequeñines que, aunque no se defienden todavía demasiado bien, a la hora de caminar (no pueden ser independientes, por el momento), quieren ir andando de la mano de su mamá (ella va empujando el carrito vacío), en lugar de dejarse llevar cómodamente en su "medio de transporte".
Y me resulta curioso, porque he observado que la mayoría quieren llevar la iniciativa. Estiran el brazo de su mamá para que vaya por donde a ellos les parece adecuado. Es como si supieran el lugar exacto donde les conviene ir, y se resisten a dejarse llevar por sus mamás.
Pero, ya digo, dándole vueltas a la cosa, he pensado que es la viva imagen de lo que serán el día de mañana, cuando ya sean verdaderamente independientes.
Los papás intentamos siempre "llevarles por el buen camino". Pensamos que hemos de conseguir, por todos los medios, que nuestros hijos no tropiecen en las piedras en que tropezamos nosotros. Les inculcamos, primero con dulzura, y más adelante con empeño y amenazas, las normas, las reglas,  el modo de vivir una vida sana y tranquila, feliz, muy feliz.
En los primeros años se dejan llevar con agrado (reconozco que siempre está el hijo independiente que, desde bien pequeño ya anuncia lo difícil de la empresa), y sus papás son como dioses que nunca se equivocan, que lo saben todo, que jamás les llevarán por sitios peligrosos, ...
¡Ah, ..., pero cuando llega la adolescencia, ...!, los papás son como el enemigo público número uno, ...
Y, entonces, vuelven a resurgir en ellos esos deseos infantiles de ir por donde les place, pensando que será lo mejor.
Los papás descubrimos que nuestros hijos no son lo que esperábamos; que  la educación que les dimos no sirvió para nada; que ya se nos escapan y no volverán a ser lo mismo, ....
Pues, ante todo, esa actuación es fruto de la libertad, que tan generosamente nos regala Dios a cada uno, cuando vewnimos a la vida. Y, si Dios la regala, quién soy yo para coaccionar, para poner morros a mi hijo, cuando empieza a vislumbrarse algo que no me gusta.
Mi marido y yo hemos intentado educar a nuestros hijos lo mejor posible, siempre esperando que Dios supliera nuestras faltas. Pero llega el tiempo en que romper el cordón umbilical, para que aprendan a ser lo que son. Que siempre estuvo en ellos, pero que han de dejar salir, para, repito, ser ellos mismos.
Además, aunque nosotros no podamos querer esa "nueva personalidad" suya, hay que reconocer que así Dios los quiere. Y, ¿quién los puede querer, tal como son, como Dios lo hace? Yo no, desde luego.
Así que, animo a quien lea esto; no hay que desistir en la educación de los hijos; pero creo que también hay que saber "acompañarlos" en el descubrimiento de su propio "yo". Porque si no acompañamos nos convertiremos en sus enemigos.
La corrección es lo más necesario para los hijos; pero, cuando son lo que no pensábamos que fueran, me da a mi que es entonces cuando el acompañamiento, la comprensión y la dulzura son indispensables, para que nos dejen estar a su lado.
Quien no puede caminar al lado de su hijo, sin forzarlo a nada, se convertirá en su enemigo; el hijo se sentirá coaccionado, incomprendido, despreciado, no amado, ....  Y si se llega a ese punto, a veces, no hay marcha atrás.
Yo soy defensora de que los padres no olviden jamás cada etapa de su vida; porque los hijos no son diferentes, también pisarán los caminos del error, sufriran sin necesidad, se sentirán perdidos, ..., igual que se sintieron sus padres a su misma edad.
Creo que quien es incapaz de ponerse al nivel de sus hijos, tengan la edad que tengan, no puede amarlo, porque aún no se ha perdonado el mal que hizo, porque lo metió en el saco del olvido, como si siempre hubiera tenido una vida feliz que no existió.
Conozco a algunos padres, que exigen lo que ellos, ni siquiera en la edad madura, pueden hacer. Me gusta la palabra "empatizar". Pero, qué difícil de cumplir.
Animo a todos a rezar por los padres, para que sean como Dios, que puedan comportarse con sus hijos como Él; que, en definitiva, amen, aún sin entender el por qué su hijo se ha metido en la droga, en el sexo, en el afán de dinero, en el amor al cuerpo, ...., porque Dios es Amor y nos lo regala, de un modo especial, de cara a nuestros hijos. ¿Cómo hablar bien de Dios a nuestro hijo, si nosotros nos rebelamos ante la historia de vida que hace con nosotros?
¡Amor, y sólo Amor! Esa es la única solución.
Y, una vez dicho lo dicho, pido perdón a quien se haya sentido ofendido por mis palabras. La verdad, esta vez, aunque con minúsculas, me siento como si todo este escrito estuviera dicho a voz en grito. Es que el problema de los jóvenes me duele en el fondo del corazón. Necesitan sentirse amados, ya que los "pañitos calientes" sólo sirven para meterlos en un círculo de desventuras que sólo lleva al desprecio más profundo.
¡Atención a nuestro hijo, cuando camina de la mano y quiere ir en el camino contrario! El día de mañana caminará por donde no debe y no podremos retenerlo cogiéndolo de la mano.
¡Ánimo! Siempre queda tiempo, ...