Os voy a contar una experiencia, para mí preciosa, que quizá os haga pensar que estoy medio loca, que tengo pajaritos en la cabeza, que estoy enajenada, ... Sois libres de pensarlo, no me importa, pero los que ya me conocéis, sabéis que soy sincera y digo las cosas por si os pueden ayudar. Esa es mi intención sincera, pero,... ¿quién sabe?
Pues la cosa es la siguiente.
En ocasiones, en la oración silenciosa, Dios me concede llegar hasta lo más profundo del corazón, allí donde Cristo habita como en un sagrario, y le digo cuánto le amo. Él lo sabe, pero también sabe que mi amor está siempre muy limitado, pues mis actos son egoístas, pecaminosos, y parece que haya dejado de amarle, algunas veces.
Y aún así, en ocasiones (no creáis que veo muertos), puedo trasladarme a Israel, allí, en el Monte de las Bienaventuranzas, y bajo aquel árbol precioso, grande, dicen que del tiempo de Jesús, un día caluroso, me acerco a Jesús, que está reposando, con la brisa de la tarde.
Me echo a sus pies, con lágrimas en los ojos, pecadora incorregible, y en mi meditación, sólo deseo estar así. Pero, de pronto, su mano sobre mi cabeza, sus manos que me cogen de los brazos y me atraen hacia sí. Y, como hizo tantas veces Juan, me deja reposar la cabeza en Su pecho.
¡Qué Oración tan dulce!
Y, cuando acaba el tiempo de Oración, me aparta de sí y he de alejarme. Pero el latir de Su corazón me acompaña y me da fuerza. Él no se arrepiente de habitar en mi pobre corazón, que sin Él nada puede.
¿Locura, enajenación, huída de la realidad, ...? No sé, hermanos, pero cuando mi Oración es así (que no es siempre), veo el Cielo ante mí.
¡Oh Dios mío! ¡Cuánto bien nos regalas con el don de la Oración, y cuántas veces lo desprecio!
Rezad por mí, como yo rezo por vosotros. Velemos, porque el tiempo pasa aprisa y vuela; ¿por qué despreciar el bien que podemos experiementar cada día?
Y, cuando la Oración se hace árida, se vuelve una carga, ..., según mi experiencia, es cuando más he de acercarme a ella. Que pasan los días y no vuelvo a gozar de tan dulce experiencia, ¿acaso me la merezco?
Diréis que estoy medio loca, que vivo en la enajenación, que tengo la cabeza en la estratosfera, ...; no me rebelaré, lo acepto. Quizá sea verdad, o quizá nadie me entienda. ¡Sólo Dio, sólo Dios!