No recuerdo bien cómo acababa mi último escrito, no sé si era como interrogándome qué me quería decir Dios con este tiempo lleno de despedidas hasta la otra vida, la verdadera.
Hoy, ha habido otro funeral, esta vez, la misa se ha celebrado en santo Tomás apostol. Un chico, llamado Vicente, en silla de ruedas, no sé si está bien dicho tetrapléjico (desconozco el nombre de su enfermedad, pero sólo movía unos dedos, con los que manejaba su silla de ruedas eléctrica), hermano de Ramón, el marido de Graciela, de veintiséis años.
Según me había comentado alguien, las espectativas de vida en personas con esa enfermedad, era aproximadamente de trece años, más o menos. Cuando supe de su muerte y de ese tiempo de vida "de más", lo primero que pensé fue en sus padres: ¡qué bien le han cuidado! Me imaginaba todos sus desvelos por él, por hacerle pasar la vida lo mejor posible.
Luego, pensé que Dios había pensado en ellos para una misión extraordinaria. Y, como ha dicho su padre en la monición ambiental, su heredad había sido hermosa; su hijo había sido un regalo de Dios desde el primer momento, pues nunca habían pensado en una familia en la que hubiese un niño, al que en otra familia no se le hubiera dejado vivir.
¡Qué cosas tiene Dios! ¡Cómo nos envía lo que ni imaginamos, pero junto, en el mismo "paquete", vienen las ayudas necesarias para vivir en Paz!
Pero, retomando el final del anterior escrito, pienso de verdad que algo especial me quiere decir Dios. Mi marido, al hacer esa misma pregunta, en general, involucrando a mi familia, me ha contestado que debemos estar preparados. Sí, creo que es un buen aviso. Quizá, aunque lo he pensado, no tiene previsto llamarme pronto; pero sí, seguramente me está avisando, quizá mi vida no es lo que Él espera que sea, contando siempre con las ayudas que me está dando; quizá me prepara para la partida de alguien más cercano; quizá, quizá, ....
Me alegro de haber estado allí. Mi fe ha salido reforzada, porque ver a la familia, con lágrimas en los ojos, por la separación, cuando en el mundo, ese chico, ni siquiera hubiera nacido; ver cómo sus hermanos de sangre y de comunidad (supongo) lo entraban y lo sacaban en hombros llenos de emoción, al templo; escuchar las lecturas, especialmente el evangelio de las Bienaventuranzas; escuchar las palabras del presbítero, cuando decía que deberíamos vivir como resucitados, porque las Bienaventuranzas no son lo que viviremos una vez en el Cielo, sino que son las realidades que podemos vivir ya en la tierra, que nos ha ganado Cristo con Su muerte y resurrección; ver, una vez más, el milagro de la real presencia de Cristo en el pan y el vino; poder recibir en mis manos pecadoras ese Cuerpo Suyo, que se deja tocar, besar, masticar, tragar por mí, que sólo soy una pecadora.
Me urge convertirme, lo se. Lo que me quede por hacer, lo quiero hacer por amor a ese Cristo que me amó, que me ama, hasta el límite, en toda su totalidad.
Deseo amar con ese Amor "cruel", me atrevo a llamar, que es capaz de odiarse a sí mismo, por toda la humanidad. ¿Quién puede ir contra sí mismo? El que no se tiene en más que los demás, el que no se reserva nada para sí, el que jamás dice "ésto es ya demasiado", ..., el que es como un corderito manso, que no se resiste al que le va a matar.
Padre, no sé que quieres decirme concretamente, sólo veo estas "pinceladas", que aunque son sencillas me hacen mucho bien. No dejes de enviarme Tu Espíritu Santo, para que cuando llegue cada momento de Amor, pueda ser como Tu Hijo. Amén
Es un blog nuevo, por tanto viene con frescura, lleno de sinceridad, con comentarios llenos de vida, sin intención de convencer a nadie, pero sí de hacer pensar.
lunes, 23 de enero de 2012
viernes, 20 de enero de 2012
UNA MUERTE ANUNCIADA
UNA MUERTE ANUNCIADA
Se esperaba desde hacía algunos días, incluso quizá desde algunas semanas. La madre de mi hermana Xima estaba cada vez peor.
¡Cuántos sufrimientos! Porque, como hija, quería estar cuidando de su madre lo más posible; también deseaba disfrutar de los últimos días para estar con ella, recordando tanto los buenos como los malos momentos de la vida, sobre todo, gustando dulcemente sus desvelos durante la infancia, su compañía durante la adolescencia, su comprensión en la madurez, …,;
Pero, las circunstancias familiares, a veces, son más bien un impedimento para lo que se desea, de todo corazón, hacer. Lo primero, aunque no lo más decisivo, es decir, el menor impedimento, era la atención debida a su hijo José.
Y no era el mayor impedimento, porque José no sólo la tiene a ella; su padre y sus hermanos lo cuidan muy bien, como ella. Pero las personas, actuando por los propios egoísmos, por la búsqueda de la comodidad, por la envidia, …, ni hacemos ni dejamos hacer.
Yo también tuve algún sufrimiento de esta clase, cuando mi madre estaba también al final de sus días; se me decía, hasta la saciedad, que no hacía falta que fuera a visitarla todos los días; que tenía otra hermana, que nos turnáramos.
Quien así habla, no sabe lo que dice, no ha amado profundamente a nadie, tan solo se ama a sí mismo. Pero, …, ¡eso es una historia pasada, que debería borrar de mi cabeza!
Pero, lo más importante de todo es que la madre de Xima ya está, por fin, en el Cielo. Esto me recuerda cuando también la mía se fue.
El dolor, lo comparto y lo entiendo; sé por dónde está pasando. Pero uno de los días que íbamos a visitar a mi madre al hospital, recuerdo que en casa me entró una gran tristeza, como si la esperanza empezara a alejarse, como si sólo me quedara abatida con su próxima pérdida.
En esas ocasiones Dios no me deja en la soledad, no quiere que me hunda en la tristeza. Me inspira, por medio del Espíritu Santo, para que abra al azar la Biblia, y me da una Palabra de Vida.
“Los sufrimientos de ahora no son comparables con la alegría que un día se nos manifestará….”
Comprender en el corazón que estas palabras son verdad, es un bálsamo suave que penetra dentro, en lo más interior de ese corazón entristecido, y cura, reanima, devuelve las fuerzas que se han perdido.
Esta era una muerte anunciada, esperada, …, pero cuando llega, es igual de sorprendente que cualquier muerte, porque el que se queda, no esperaba que fuera “tan pronto”
Esta es la última muerte esperada entre los hermanos de la comunidad. Las que vengan en adelante, sólo Dios lo sabe. Pero, cuando sea, como cantamos desde lo profundo del corazón, “Llévame al Cielo, oh Señor; porque morir es con mucho lo mejor! Estar contigo, estar contigo, ….
¡Descansa en Paz!
Se esperaba desde hacía algunos días, incluso quizá desde algunas semanas. La madre de mi hermana Xima estaba cada vez peor.
¡Cuántos sufrimientos! Porque, como hija, quería estar cuidando de su madre lo más posible; también deseaba disfrutar de los últimos días para estar con ella, recordando tanto los buenos como los malos momentos de la vida, sobre todo, gustando dulcemente sus desvelos durante la infancia, su compañía durante la adolescencia, su comprensión en la madurez, …,;
Pero, las circunstancias familiares, a veces, son más bien un impedimento para lo que se desea, de todo corazón, hacer. Lo primero, aunque no lo más decisivo, es decir, el menor impedimento, era la atención debida a su hijo José.
Y no era el mayor impedimento, porque José no sólo la tiene a ella; su padre y sus hermanos lo cuidan muy bien, como ella. Pero las personas, actuando por los propios egoísmos, por la búsqueda de la comodidad, por la envidia, …, ni hacemos ni dejamos hacer.
Yo también tuve algún sufrimiento de esta clase, cuando mi madre estaba también al final de sus días; se me decía, hasta la saciedad, que no hacía falta que fuera a visitarla todos los días; que tenía otra hermana, que nos turnáramos.
Quien así habla, no sabe lo que dice, no ha amado profundamente a nadie, tan solo se ama a sí mismo. Pero, …, ¡eso es una historia pasada, que debería borrar de mi cabeza!
Pero, lo más importante de todo es que la madre de Xima ya está, por fin, en el Cielo. Esto me recuerda cuando también la mía se fue.
El dolor, lo comparto y lo entiendo; sé por dónde está pasando. Pero uno de los días que íbamos a visitar a mi madre al hospital, recuerdo que en casa me entró una gran tristeza, como si la esperanza empezara a alejarse, como si sólo me quedara abatida con su próxima pérdida.
En esas ocasiones Dios no me deja en la soledad, no quiere que me hunda en la tristeza. Me inspira, por medio del Espíritu Santo, para que abra al azar la Biblia, y me da una Palabra de Vida.
“Los sufrimientos de ahora no son comparables con la alegría que un día se nos manifestará….”
Comprender en el corazón que estas palabras son verdad, es un bálsamo suave que penetra dentro, en lo más interior de ese corazón entristecido, y cura, reanima, devuelve las fuerzas que se han perdido.
Esta era una muerte anunciada, esperada, …, pero cuando llega, es igual de sorprendente que cualquier muerte, porque el que se queda, no esperaba que fuera “tan pronto”
Esta es la última muerte esperada entre los hermanos de la comunidad. Las que vengan en adelante, sólo Dios lo sabe. Pero, cuando sea, como cantamos desde lo profundo del corazón, “Llévame al Cielo, oh Señor; porque morir es con mucho lo mejor! Estar contigo, estar contigo, ….
¡Descansa en Paz!
domingo, 15 de enero de 2012
EL JARRÓN DE LAS FLORES
EL JARRÓN DE LAS FLORES
El otro día, me fijé en el jarrón que ponemos en las celebraciones y convivencias. Delante de la cruz, lleno de flores variadas, según la temporada y los tiempos litúrgicos. Muchas, durante el tiempo ordinario, y escasas, en Adviento y Cuaresma.
Y recordé que ese jarro era mío, un regalo, que ni siquiera sé quién me regaló, ni cuándo.
Un día, en la comunidad, nos dimos cuenta, bueno, quien se encarga de comprar las flores para las celebraciones fue quien realmente se dio cuenta, que el jarrón que estábamos usando era pequeño y sin base, por lo que en algunas ocasiones, se caía. Las flores al suelo y, lo que es peor, el agua, se derramaba, mojando la alfombra.
Y se pensó en comprar uno mejor. Y ahí es cuando me acordé del mío, que estaba guardado y sin usar. Lo ofrecí, lo vieron y les gustó. No se ha caído ni una sola vez, pues tiene una buena base.
Pero no era mi intención hablar de mi jarrón. Lo que me interesa es descubrir el sentido que tiene para mí.
Al mirarlo, pensé que así me gustaría ser a mí, como aquel jarro, siempre lleno de bellas flores para Cristo y al pie de la Cruz.
¡Qué suerte tiene mi jarrón!
Si pudiera escuchar, un derroche de Palabra, Palabra de Vida Eterna.
Si se pudiera mover, queriendo estar lo más cerca posible de la Cruz, siempre.
Si pudiera oler, la fragancia de Cristo, en la Consagración.
Si pudiera ver, …, ¡ay, si pudiera ver! En eso no le envidio, porque yo sí puedo ver, gracias a Dios; yo puedo sentir, experimentar, recibir, …, y si me dejo hacer por el Espíritu Santo, algún día también podré dar.
En la celebración de la Eucaristía, yo sí que salgo renovada, cuando él se queda igual que estaba.
Desde el comienzo, Cristo está ahí. Me recibe, me invita a pedir perdón a Dios por mis pecados; me da una Palabra, que estaba necesitando.
Y, poco a poco, me va llevando al momento culminante. Llega el momento de la Consagración.
Cristo, en la persona del sacerdote, eleva el Pan, su misma carne.
“Tomad y comed todos de Él, porque Éste es mi Cuerpo, que es entregado por vosotros”
Y Cristo, un guiñapo humano, crucificado, desde la Cruz, se entrega por mí, por mis miserias, por mis ansias, por mi falta de Amor.
Y yo lo miro, y no soy digna de que entre en mí, en mi pobre cuerpo pecador. Pero Él desea hacerlo, ¡me quiere tanto …!
Y sé que es “el Pan de cada día”, que Dios me da. Es la fuerza que me ayuda a vivir, que se deshace en mí, para que yo pueda deshacerme por los demás.
Es el alimento de la Vida, el alimento de la Verdad, el alimento del Amor.
Y lo miro, y mi alma se estremece. ¿Valió la pena, Cristo hermano, que sufrieras tanto por mí? Y Tú, no lo piensas, sigues muriendo por mí y me dejas que te vea sufriente.
Así me quieres y así deseo quererte. Como decía un santo, “de carne y hueso”, tan cercano, en mí. Te dejas triturar por mis muelas, para que descubra cómo es el Amor, para que tenga la fuerza de cumplir la misión que Dios me regala. Sí, dejarme triturar, que no hay mayor Amor.
Y luego, la Copa, llena de Tu Sangre. Sangre y agua, porque desde la Cruz derramas en mi Tu Sangre con el agua.
El soldado traspasó Tu costado, y en las manos del sacerdote, Cristo crucificado, dejas que caigan juntas la sangre y el agua.
Caen en abundancia el Amor y la Vida, la Eucaristía y el Bautismo. Y yo quiero que ambas me mojen, me empapen, penetren por todos mis poros.
Deseo que Tu Sangre fluya por mis venas, y que el agua limpie y refresque mi vida, sucia por mis muchos pecados.
Y me miras, Cristo resucitado, y dejas que yo te mire.
“Tomad y bebed todos de Él, porque esta es mi Sangre que se derrama por vosotros”
Sí, no te reservaste ni una gota para ti, me la diste toda. Y toda la mía quieres que derrame yo, por Amor. Y para ello enviaste Tu Santo Espíritu, porque me conoces y sabes lo que soy.
Y me siento indigna completamente, y vuelvo a estremecerme.
Tú me conoces perfectamente, y aún así, no te arrepientes de quererme. ¿Qué más se puede pedir?
Si me diera perfecta cuenta de lo que es poder estar a los pies de Tu Cruz, como ese simple jarrón, del que me desprendí sin esfuerzo, porque no le tenía ningún afecto, mi vida cambiaría radicalmente.
Y ahora, le envidio, pues siempre está a Tu lado.
Padre, que el Espíritu Santo me de la fuerza que no tengo para seguir los pasos de Tu Hijo.
Madre, llévame de la mano, a los pies de la Cruz; y así, juntas, yo pueda beber el Amor y la Pureza de Cristo.
El otro día, me fijé en el jarrón que ponemos en las celebraciones y convivencias. Delante de la cruz, lleno de flores variadas, según la temporada y los tiempos litúrgicos. Muchas, durante el tiempo ordinario, y escasas, en Adviento y Cuaresma.
Y recordé que ese jarro era mío, un regalo, que ni siquiera sé quién me regaló, ni cuándo.
Un día, en la comunidad, nos dimos cuenta, bueno, quien se encarga de comprar las flores para las celebraciones fue quien realmente se dio cuenta, que el jarrón que estábamos usando era pequeño y sin base, por lo que en algunas ocasiones, se caía. Las flores al suelo y, lo que es peor, el agua, se derramaba, mojando la alfombra.
Y se pensó en comprar uno mejor. Y ahí es cuando me acordé del mío, que estaba guardado y sin usar. Lo ofrecí, lo vieron y les gustó. No se ha caído ni una sola vez, pues tiene una buena base.
Pero no era mi intención hablar de mi jarrón. Lo que me interesa es descubrir el sentido que tiene para mí.
Al mirarlo, pensé que así me gustaría ser a mí, como aquel jarro, siempre lleno de bellas flores para Cristo y al pie de la Cruz.
¡Qué suerte tiene mi jarrón!
Si pudiera escuchar, un derroche de Palabra, Palabra de Vida Eterna.
Si se pudiera mover, queriendo estar lo más cerca posible de la Cruz, siempre.
Si pudiera oler, la fragancia de Cristo, en la Consagración.
Si pudiera ver, …, ¡ay, si pudiera ver! En eso no le envidio, porque yo sí puedo ver, gracias a Dios; yo puedo sentir, experimentar, recibir, …, y si me dejo hacer por el Espíritu Santo, algún día también podré dar.
En la celebración de la Eucaristía, yo sí que salgo renovada, cuando él se queda igual que estaba.
Desde el comienzo, Cristo está ahí. Me recibe, me invita a pedir perdón a Dios por mis pecados; me da una Palabra, que estaba necesitando.
Y, poco a poco, me va llevando al momento culminante. Llega el momento de la Consagración.
Cristo, en la persona del sacerdote, eleva el Pan, su misma carne.
“Tomad y comed todos de Él, porque Éste es mi Cuerpo, que es entregado por vosotros”
Y Cristo, un guiñapo humano, crucificado, desde la Cruz, se entrega por mí, por mis miserias, por mis ansias, por mi falta de Amor.
Y yo lo miro, y no soy digna de que entre en mí, en mi pobre cuerpo pecador. Pero Él desea hacerlo, ¡me quiere tanto …!
Y sé que es “el Pan de cada día”, que Dios me da. Es la fuerza que me ayuda a vivir, que se deshace en mí, para que yo pueda deshacerme por los demás.
Es el alimento de la Vida, el alimento de la Verdad, el alimento del Amor.
Y lo miro, y mi alma se estremece. ¿Valió la pena, Cristo hermano, que sufrieras tanto por mí? Y Tú, no lo piensas, sigues muriendo por mí y me dejas que te vea sufriente.
Así me quieres y así deseo quererte. Como decía un santo, “de carne y hueso”, tan cercano, en mí. Te dejas triturar por mis muelas, para que descubra cómo es el Amor, para que tenga la fuerza de cumplir la misión que Dios me regala. Sí, dejarme triturar, que no hay mayor Amor.
Y luego, la Copa, llena de Tu Sangre. Sangre y agua, porque desde la Cruz derramas en mi Tu Sangre con el agua.
El soldado traspasó Tu costado, y en las manos del sacerdote, Cristo crucificado, dejas que caigan juntas la sangre y el agua.
Caen en abundancia el Amor y la Vida, la Eucaristía y el Bautismo. Y yo quiero que ambas me mojen, me empapen, penetren por todos mis poros.
Deseo que Tu Sangre fluya por mis venas, y que el agua limpie y refresque mi vida, sucia por mis muchos pecados.
Y me miras, Cristo resucitado, y dejas que yo te mire.
“Tomad y bebed todos de Él, porque esta es mi Sangre que se derrama por vosotros”
Sí, no te reservaste ni una gota para ti, me la diste toda. Y toda la mía quieres que derrame yo, por Amor. Y para ello enviaste Tu Santo Espíritu, porque me conoces y sabes lo que soy.
Y me siento indigna completamente, y vuelvo a estremecerme.
Tú me conoces perfectamente, y aún así, no te arrepientes de quererme. ¿Qué más se puede pedir?
Si me diera perfecta cuenta de lo que es poder estar a los pies de Tu Cruz, como ese simple jarrón, del que me desprendí sin esfuerzo, porque no le tenía ningún afecto, mi vida cambiaría radicalmente.
Y ahora, le envidio, pues siempre está a Tu lado.
Padre, que el Espíritu Santo me de la fuerza que no tengo para seguir los pasos de Tu Hijo.
Madre, llévame de la mano, a los pies de la Cruz; y así, juntas, yo pueda beber el Amor y la Pureza de Cristo.
lunes, 2 de enero de 2012
Mari Cruz, ¡hasta pronto!
Hace alguna semana hablaba de ella, de pasada, en un escrito sobre mi tío Pepe. Apenas dije nada sobre Mari Cruz, pues mi tío había muerto y era necesario desahogarse.
Pero hoy, esta mañana, hemos acompañado su cuerpo al cementerio, le hemos agasajado como se merecía, porque era la estancia de su alma, hasta ahora.
¡Cuántas cosas que agradecerle! ¡Cómo llenaba el lugar al que acudía! ¡Qué recuerdoa inolvidables!
Yo tengo muchísimo que agradecerle, a ella y a su marido, el entrañable Emilio. Cada vez, que no han sido pocas, que he debido guardar reposo, ellos venían a traerme a Jesús. Si venía solo Emilio, era estupendo, porque la pequeña celebración que enmarcaba la Comunión, la llevaba con mucha unción. Pero cuando Mari Cruz le acompañaba, ..., su mano delicada de mujer, lo transformaba todo.
El pequeño mantel colocado, en algún lugar cercano, que servía de pequeño altar, a donde estaba acostada, y donde se preparaba, mediante lecturas y oraciones, la llegada de Jesús a mi alma.
¡Qué alegría, que compañía, qué caridad la de este matrimonio, al acercar al que no puede ir a la Iglesia, al Hijo de Dios!
Y, no sólo estos maravillosos momentos les he de agradecer, ahora especialmente a Mari Cruz, que ha debido acudir con la cita con Dios.
Cuando he estado enferma, no sólo de cuerpo, sino de alma, ella ha sabido darme la palabra necesaria. Si es que no podía ser de otro modo. ¿A quién mejor que ella podría haber elegido Dios para hablarme. ¡Cuántas veces se me ha alegrado un poco el corazón en Cristo Jesús, al que ella llevaba en el suyo, y que no se guardaba egoistamente.
Hoy, en la misa de funeral, nuestro muy querido Pepe Formentín, decía , entre otras cosas, que Mari Cruz ha sido una mujer que se ha dado siempre y sin condiciones a los demás. Eso he vivido yo, y estoy segura de que son muchísimos más los que han vivido esa experiencia con ella.
Un gran desgarro ha sentido mi corazón, mientras le decía el último "adiós", que era un "hasta pronto". Sí, no me da vergüenza decirlo. Un desgarro que tiene su sentido y que sólo puede ser curado, poco a poco, con el tiempo; pero la alegría de saberla con Dios, en el Cielo, en el lugar que Cristo le había preparado hace tantos años, es un ungüento que calama ese dolor.
Si, los hermanos somos realmente un solo cuerpo, y si me entristece no poder ver más a mi hermana Mari Cruz aquí en la tierra, me alegra saber que parte de mi ya está en el Cielo.
Mari Cruz, intercede por todos nosotros, por mi, que soy una pecadora que tantas veces no quiere convertirse.
¡Mari Cruz, hermana querida, ¡hasta pronto!
Pero hoy, esta mañana, hemos acompañado su cuerpo al cementerio, le hemos agasajado como se merecía, porque era la estancia de su alma, hasta ahora.
¡Cuántas cosas que agradecerle! ¡Cómo llenaba el lugar al que acudía! ¡Qué recuerdoa inolvidables!
Yo tengo muchísimo que agradecerle, a ella y a su marido, el entrañable Emilio. Cada vez, que no han sido pocas, que he debido guardar reposo, ellos venían a traerme a Jesús. Si venía solo Emilio, era estupendo, porque la pequeña celebración que enmarcaba la Comunión, la llevaba con mucha unción. Pero cuando Mari Cruz le acompañaba, ..., su mano delicada de mujer, lo transformaba todo.
El pequeño mantel colocado, en algún lugar cercano, que servía de pequeño altar, a donde estaba acostada, y donde se preparaba, mediante lecturas y oraciones, la llegada de Jesús a mi alma.
¡Qué alegría, que compañía, qué caridad la de este matrimonio, al acercar al que no puede ir a la Iglesia, al Hijo de Dios!
Y, no sólo estos maravillosos momentos les he de agradecer, ahora especialmente a Mari Cruz, que ha debido acudir con la cita con Dios.
Cuando he estado enferma, no sólo de cuerpo, sino de alma, ella ha sabido darme la palabra necesaria. Si es que no podía ser de otro modo. ¿A quién mejor que ella podría haber elegido Dios para hablarme. ¡Cuántas veces se me ha alegrado un poco el corazón en Cristo Jesús, al que ella llevaba en el suyo, y que no se guardaba egoistamente.
Hoy, en la misa de funeral, nuestro muy querido Pepe Formentín, decía , entre otras cosas, que Mari Cruz ha sido una mujer que se ha dado siempre y sin condiciones a los demás. Eso he vivido yo, y estoy segura de que son muchísimos más los que han vivido esa experiencia con ella.
Un gran desgarro ha sentido mi corazón, mientras le decía el último "adiós", que era un "hasta pronto". Sí, no me da vergüenza decirlo. Un desgarro que tiene su sentido y que sólo puede ser curado, poco a poco, con el tiempo; pero la alegría de saberla con Dios, en el Cielo, en el lugar que Cristo le había preparado hace tantos años, es un ungüento que calama ese dolor.
Si, los hermanos somos realmente un solo cuerpo, y si me entristece no poder ver más a mi hermana Mari Cruz aquí en la tierra, me alegra saber que parte de mi ya está en el Cielo.
Mari Cruz, intercede por todos nosotros, por mi, que soy una pecadora que tantas veces no quiere convertirse.
¡Mari Cruz, hermana querida, ¡hasta pronto!
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