miércoles, 23 de noviembre de 2011

La Confirmación

La festividad, este pasado domingo, de Cristo Rey ha tenido un sentido muy especial para mí. Nuestra hija pequeña, Isabel, ha recibido el sacramento de la Confirmación.
Han sido más de dos años de preparación, junto a quince muchachos más, a los que he estado acompañando en la catequesis preparatoria. ¡Un milagro!
Sí, un milagro porque los adolescentes están muy adolescentes. Creen que están de vuelta de todo, se sienten seguros de si mismos, se "desmarcan de sus padres" porque no se sienten comprendidos, opinan de cosas sin saber, viven como si la vida fuera suya y supieran lo que les conviene, ...
Y, a la vez, se comportan como niños de parvulario, hablando mientras se da la catequesis, haciendo gracias para que todos se rían (ésto, lo se bien, por conseguir el afecto de sus compañeros de catequesis), cuestionando lo que les digo de parte de la Iglesia, defendiendo lo contrario a la Verdad, queriendo que la catequesis se convierta en un debate, ...
Si se que Dios es aquí donde quiere que esté es porque en más de una ocasión me he levantado y les he dicho que ya no podía más y que les buscaría otro catequista de la parroquia para que siguiera con ellos, ..., pero, al final, no lo he hecho.
Ha sido un tiempo duro, en el que cuando todo estaba a favor de que los tratara con desprecio, el Espíritu Santo, por amor a ellos, conseguía que de mí saliera comprensión y ganas de seguir luchando por ellos.
Sí, "luchando", lo he dicho bien. Porque el demonio sabe que con ellos lo tiene muy fácil, pues todo lo que el mundo les ofrece lo "tragan" por todos lo poros de su cuerpo, porque han aflorado sensaciones nuevas, sentimiento, deseos irrefrenables, ...., con los que les muestra una felicidad fácil y rápida.
Y frente al demonio, en un local parroquial, una hora a la semana, Dios me ha puesto a mí como mediadora entre ellos y Su Hijo Jesucristo, para que se lo presente, les ayude a conocerlo y así puedan empezar a amarlo. Si ésto se hace realidad, nada habré tenido que ver, pues muchas veces me siento más impedimento que otra cosa; pero el triunfo será de Jesucristo, que está empeñado en ellos.
Ahora, estoy esperando al próximo viernes. A lo largo de estos primeros meses del año les he ido diciendo que la catequesis es de todo el curso, no hasta que se confirmen. A los papás los tengo de mi parte, porque se han dado cuenta, la mayoría de ellos, que sus hijos se están alejando, no sólo de elllos sino también de Dios.
En cuanto a los chicos, con todas las riñas, con los cabreos, con las "ironías", ..., que he ido soltando desde que empezamos, hace más de dos años, me aceptan, les gusta que los trate como a personas, no como a niños, que les plantee problemas de la vida, por los que algunos ya han pasado o están pasando, que no me pliegue a sus gustos sino a lo que se debe de hacer, ...
Dios me ha dado un don precioso, don que, por otra parte no merezco, pero que agradezco en lo que vale. Me concede conectar con ellos, con los niños y jóvenes; me da recursos, cuando ya no sé qué más hacer; me ayuda a hacerme respetar y a hacerme obedecer; me anima cuando me rindo, pues soy incapaz de dar más.
Se que para ésto, Dios me concede tener cercanas todas las experiencias vividas, desde que recuerdo; los sufrimientos infantiles, que tantas veces los mayores consideramos nimios pero que cuando los hemos pasado eran verdaderos muros infranqueables; las mentiras hechas, por no perder el afecto de los padres; las trastadas, las que nos pillaron y las que conseguimos ocultar; las desobediencias, especialmente las que nos hacían sentirnos mayores, me explico: por ejemplo, ese inicio en el tabaco porque a nuestros padres no les parecía bien, pero a nosotros nos resultaba la reivindicación de una "realidad": ¡ya éramos suficientemente mayores para fumar!; El encuentro con la propia sexualidad, llevada muy a escondidas, porque nos hacía sentirnos sucios; la posterior permanencia en vicios de los que creíamos que jamás podríamos escapar; el noviazgo, tantas veces usado no para conocer al novio, sino para aprovecharse de él; el matrimonio, el buscarse a uno mismo, la maternidad, la liberación cuando los hijos no te necesitan, ...
Todo, lo recuerdo todo, como si fuera hoy. Y eso me ayuda para relacionarme, especialmente con niños y jóvenes. Así, cuando algo les viene en contra, les hace daño, son esclavos de ello, ..., pensando en mi, ¿qué encuentro? Misericordia por parte de Dios. Y, ¿qué debo aconsejar? El sacramento de la Confesión es lo primero; luego, cuando son cosas serias, el descanso en la familia, en los padres.
¿Qué me hagan caso? No sigo los rastros de los chicos. Sólo Dios lo sabe. Pero yo me quedo bien por dentro.
¿Mi deseo? Que cuando llegue a la parroquia el viernes próximo me estén esperando todos, con nueva ilusión por esta nueva etapa de catequesis. ¿Qué haremos? Sólo y únicamente lo que el Espíritu vaya inspirando. De momento, haremos una catequesis "callejera". ¿Qué piensa la gente de Dios? Tendrán que ir tomando notas, para después ponerlo en común. Creo que será bueno que descubran la realidad, que Dios es un gran desconocido, que incluso podrán encontrarse con quien hable mal de Él.
Y ellos, ¿qué dirán de Él? El Espíritu Santo se manifiestará con Su total poder, y, si ellos, escuchan, creo que todo irá bien.
Rezad por mis chicos, los chicos de Dios, los amigos de Cristo. Rezad, sobre todo, por mí, para que no diga nada que Dios no quiera, que me deje llevar por Él.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Un sueño bonito

Anoche tuve un sueño muy bonito. Mi amigo del alma, José, y yo estábamos en un lugar precioso, lleno de luz, todo era tranquilo, y, a la vez, había una alegría en el ambiente, que me recorría las venas y me hacía sentirme muy feliz.
También mi amigo estaba muy alegre y feliz; tenía el aspecto de un ángel. Su cuerpo parecía desprender la luz que se veía, y si me miraba yo, me sorprendía, pues también yo desprendía luz.
De pronto, mientras miraba a todas partes, sentía algo "extraño"; al mirar a José, la sorpresa: se levantaba de su silla de ruedas y empezaba a correr, a saltar, y a hablar, sin problema alguno.
Yo, lloraba y reía a la vez. ¡Era imposible!
Y era en ese momento cuando me daba cuenta de que estábamos en el Cielo. Sus padres, que también estaban ahí, estaban sonrientes, felices, en paz.
Y, ..., me desperté.
Hace mucho tiempo que no tengo un sueño tan precioso, la verdad es que me he levantado contenta, y no especialmente porque también yo estaba en el Cielo, sino porque José era como lo recordaba, cuando de niño sacaba de mi corazón lo mejor. Su presencia era una bendición. Nunca fue totalmente como los demás niños, era especial.
Más "débil", más necesitado, ..., no se explicarme bien.
Un fin de semana que sus padres se fueron de convivencia, nos lo dejaron en casa. Fue una bendición para mi, aunque creo que él no lo pasó demasiado bien, pues preguntaba por su mamá, con lágrimas en los ojos.
Alguna vez, algún niño que nos habían dejado, por el mismo motivo, también había llorado en algún momto. Pero, José, era muy distinto de todos. Hacía que mi corazón se comprimiera de dolor, pues me veía incapaz de suplir a su mamá. Era como un pajarito que pía desde su nido, mientras espera que su mamá regrese de buscar comida.
José siempre ha sido un niño tierno que ha sacado de mi corazón ternura. Y, la verdad, pienso que Dios me ha regalado ese sueño con él, pues llevo un tiempo malo, ...
Necesito su humildad, para ver, más que nada, y en todo momento, que Dios, igual que ha estado siempre con él, está también conmigo. Que nada pasa por casualidad, que todo actúa para mi bien, que no debo ceder a las tentaciones del demonio; pero cuando cedo, cuando peco, no he de dejar que corra el tiempo, pues la bola se hace cada vez más grande.
Como anécdota, el lunes pasado, después de una semana llena de dudas, de preguntas, de malos pensamientos, ..., fui corriendo a la parroquia, antes que empezase la misa de siete y media.
Pillé al parroco en la sacristía, muy atareado, con alguien (que ni recuerdo quién era), y le hice una pregunta-respuesta: ¿Estás muy atareado? Es que necesito confesarme (él me confirmó que estaba ocupado). ¡Es cosa de vida o muerte!
Ante esa urgencia y la cara de angustia que debía hacer, dejó lo que estaba intentando hacer y fuimos aprisa al descansillo que hay para subir al despacho de arriba. Dije mis pecados sin titubeos, sabía perfectamente lo que había estado haciendo, más que nada por no entretenerle demasiado. El me dijo unas palabras de ánimo, me dijo la penitencia que debía cumplir y me dió la absolución.
Sólo que a medias de dármela, le sonó el móvil. Yo le miré sorprendida, él, también sorprendido, siguió con la absolución, manteniendo una mano sobre mi cabeza y la otra intentando coger el móvil .
En fin, quizá contado no es tan gracioso, pero nosotros acabamos riendo ante lo chocante del caso. Para mi fue la confesión más urgente y rápida que había tenido y, además, con música.
Hoy, el evangelio del domingo es el de los cinco, dos y un talentos. El párroco nos ha hecho pensar en tantas cosas que Dios nos da, y no para que nos las quedamos.
Yo, a veces, con esa "querencia" a echarme en la cama y no hacer nada, entretenerme con cualquier cosa, veo el milagro que Dios hace en mi cada vez que puedo ponerme al servicio de la Iglesia. A pesar de todo, creo que, por el momento soy la que tiene un talento guardado.
Pero, volviendo a mi sueño, yo no sé qué pasará conmigo, pero que José vivirá para siempre en el Cielo, es una de las cosas que creo con certeza. ¡Qué Dios le bendiga!