SANTIFICADO SEA TU NOMBRE
¿Cómo santificaré tu nombre, Padre, si en mi corazón está el mal, si cuando me arrepiento de el mal hecho, me reconcilio con Dios, vuelvo a casa feliz, y, cuando menos me lo espero, allí entre las sombras me está esperando el demonio que quiere que mi corazón esté sucio, lleno de las inmundicias del pecado?.
“Santificado sea tu nombre”. Sí, eso quiero, que mi vida sea un sacrificio de alabanza a tu nombre, que tu nombre sea santificado por mi, por una pobre pecadora, que sólo hace lo que sabe, que es pecar.
Por más lágrimas que derramo, por más deseos de arrepentimiento, de desear no pecar más, …, ¡imposible!
Pero, a pesar de ello, no me quiero rendir, que es eso justamente lo que quiere el demonio que haga. Dejarme llevar por el desánimo y no volverme a levantar.
Vivir por siempre en la muerte, en la oscuridad más densa y profunda, para no poder ver de nuevo la Vida. ¿Padre, es qué no habrá solución para mí? ¿Es qué no encontraré el camino de la perfección?
Y, me pregunto, ¿a qué clase de perfección quiero acceder?
Pues a lo largo de los años me he dado cuenta que he buscado la perfección falsa, la que me llevaría a enorgullecerme y darme todos los méritos. Dios, ¿para qué?
La lucha ha sido por ser perfecta, según la mirada de los hombres, pero para Dios, …, nada. Sin Él, nada.
¿Qué perfección es la que Dios ha pensado para mí? Espero no equivocarme cuando digo que esa perfección es la más alejada a la que desea el mundo (que yo he deseado)
Ser la última, estar al servicio de los demás, dar la vida en todo por todos, incluso mis enemigos, …, en resumidas cuentas, amar, AMAR con mayúsculas.
Pero quién me dará un corazón para amar de ese modo. Pues si no lo consigo, jamás alcanzaré la perfección que desea Dios para mí. ¿Quién, quién, …?
Gracias sean dadas al Padre que nos dio a Su Hijo, el único, el que envió de sus entrañas misericordiosas, al que dejó en un abandono total, que sufrió humanamente los dolores más atroces. Y, ¿para qué, Dios mío?
Para algún día tener un cuerpo y un corazón que te santifiquen en todo. Que puedan obrar con amor, especialmente hacia el enemigo. Que puedan hacer obras de Vida Eterna. Que por fin mi corazón no sea un corazón que se busque a sí mismo, sino que busque el bien de los demás.
Pero esto sólo será posible, cuando deje de creerme capaz de conseguirlo sola, si algún día es Cristo quien vive en mí; ser otro Cristo en la tierra. “Ya no vivo en mí, ….”
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