miércoles, 6 de octubre de 2010

No robarás

Ayer por la noche tuvimos una celebración. El tema que se trataba era el séptimo Mandamiento de la ley de Dios: No robarás.
Mi relación con los Mandamientos ha sido siempre la misma que creo tiene el resto de gente: no he matado a nadie; no he mentido "exageradamente", además, siempre han sido "mentiras piadosas"; mis padres no tienen ninguna queja de mí, pues he sido buena hija; ....
Y así, encontrarme algún pecado entre los diez mandamientos ha resultado bastante difícil; eso sí, he murmurado, he hablado mal de alguien, ... (que en realidad también pertenecen a los mandamientos, pero no lo he pensado)
Dios siempre viene en mi ayuda, pues me inclino casi siempre a lo fácil, a lo que me conviene (según yo), no busco más allá de lo "normalito", ...
¿Robar yo? ¡Jamás!
Resulta que los bienes que Dios me concede (y en abundancia, tanto materiales como espirituales), no son míos, sino que, por justicia son de todos los hombres. Es decir, que a nada puedo decir mío (aunque la Iglesia defiende la propiedad privada), sino vivir cada don, de la clase que sea, como algo para compartir.
Así, bien puedo constatar que robo constantemente. Me encanta acaparar para mí; incluso cositas sin importancia, para mí son imprescindibles y no pienso en dejar que nadie participe de esas pequeñas propiedades.
Por ello, al final, como siempre, peco de falta de amor. Sólo me amo a mí misma, viviendo en un egoísmo constante, que me aleja de los demás, dejándome en una soledad completa, que nadie llena, ni siquiera yo.
Quiero dejar de robar, lo necesito, por mi propio bien, y por hacer justicia con los demás, que, por otra parte son Cristo, que me pide que lo ame.

1 comentario:

  1. En efecto, Maricarmen, la Iglesia reconoce la propiedad privada (sino existiese, para qué el "no robarás"). Pero, según su Magisterio, se trata de una propiedad limitada. Limitada porque nada nos llevaremos "al otro barrio". Limitada porque lo que él ha creado es de todos. Limitada porque los bienes perteneces a quién más los necesita. Limitada porque mientras exista en el mundo una sóla persona que padezca sed, hambre, desnudez, falta de techo, de atención sanitaria, de educación, todo lo que tenemos siempre tendrá una sombra de injusticia. Más que propietarios, somos administradores de lo que tenemos. Nos han sido dados unos dones, sean materiales o de diversos tipos. Es nuestra misión administrarlos rectamente, con una vida digna pero sencilla, disfrutando de las cosas sin esclavizarnos a ellas, rechazando los lujos excesivos y compartiendo lo nuestro con quién lo necesite. Todos somos ladrones, de una o otra forma, porque cada vez que negamos al prójimo aquello que necesita y que nosotros tenemos de sobra, se lo estamos robando. Puede tratarse de dinero y otras cosas materiales, y puede tratarse de nuestro tiempo, nuestra escucha, nuestro aliento, nuestra compañía, nuestro consejo, nuestro cariño... ¡Hemos recibido tanto y damos tan poco! Que Dios nos ayude a todos a no caer en todo esto y, sobre todo, en el peor de todos los robos: robarle la Gloria a Dios pensando que lo que somos y tenemos nos lo hemos ganado nosotros por el morro. Bendecir cada día la mesa, esa bonita costumbre que tanto se ha perdido, es mucho más que un rito mecánico hecho por tradición u obligación. Es reconocer todos los días varias veces que, por mucho que nos hayamos esforzado para ganarlo, todo nos viene en última instancia de Dios, todo es un regalo suyo. inmerecido y gratuito. Es cierto que muchas cosas las hemos adquirido con el sudor de nuestra frente, trabajando. Pero, hasta la frente, el sudor y el trabajo son una suerte, un don de Dios. Hoy más que nunca, tener un puesto de trabajo es casi un lujo, sobre todo si es "indefinido". Si tomáramos conciencia de que todo es precario, de que todo es don, de que todo es provisional, de que nada es "para siempre", viviríamos con los pies en el suelo, seríamos solidarios con todos y no pararíamos de dar gracias a Dios. Por eso, la crisis que está sacudiendo al mundo es toda una catequesis. A ver si aprendemos la lección.

    Jose Sáez.

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