martes, 9 de octubre de 2012

Todo lo puedo en Aquel que me conforta





         Esta es la historia de un corderito herido y enfermo. Hay que decir también que en muchas ocasiones ha sido muy díscolo, buscando ser feliz en cosas y situaciones que le llevaron a la muerte.
         El corderito fue elegido para formar parte de un rebaño elegido. Aprendió a caminar con los otros corderitos, dejándose llevar por su Pastor, que siempre le llevaba por dulces prados, donde recibía el alimento verdadero.
         Un día, cayó enfermo. Aquella enfermedad era del todo incomprensible para él y, al principio, para los corderitos que lo rodeaban.
         El corderito buscaba la soledad; tenía pánico a salir del redil, porque veía lobos rapaces que le querían devorar.
         Al mismo tiempo, sin entender el por qué, deseó la muerte y, la buscó. Pero los corderitos que estaban más cercanos a él lo protegieron, velando por su vida.
         Cuando pasaban esos momentos duros, se despreciaba, porque las enseñanzas del Pastor habían entrado en su pobre corazón con fuerza. Y el demonio aprovechaba su verdadero deseo de seguir los pasos de su Pastor, para decirle que jamás podría seguir sus enseñanzas, tanto a favor propio como en el de los demás corderitos que no conocían al verdadero Pastor.
         Se encontraba dentro de un túnel curvo, en el que mientras caminaba no se podía ver la luz. Debía seguir caminando, fiándose de los demás corderitos que estaba a su lado y que le querían tanto, que estaban dispuestos a caminar con él por ese oscuro túnel.
         Y el tiempo fue pasando, y, por fin, apareció la luz. Y el corderito pasó a un estado de euforia extraño, que le llevó a hacer cosas incomprensibles, de las cuales se arrepentía tanto o más que de las que hacía en la fase de depresión profunda.
         Y hubo una segunda crisis, y todo volvió a repetirse de nuevo. Y él, al principio, con la aparición de los síntomas, ya conocidos, en el proceso del comienzo de su enfermedad, se rebeló. No quería aceptar recaer una vez más.
         Y el proceso, ¿para que repetirlo? Fue sucediendo de nuevo cada uno de los pasos de la primera crisis.
         Y todo pasó, pero el corderito quedó herido para siempre, dependiendo de un remedio externo, que nada tenía que ver con el remedio que el Pastor siempre da a los que se lo piden de corazón.
         Fue duro aceptar esa nueva forma de vida. Pero, la verdad es que fue efectiva, y el corderito siguió viviendo acompañado del resto del rebaño. Con caídas, con sufrimientos, con dudas, … Pero con su medicación, sus sentimientos estaban estabilizados y no le causaban ningún problema.
         Pero cuando vivía en paz en su pequeño hogar, en el pequeño redil, con su familia, apareció otro corderito. Iba y venía, según le tocaba estar allí, o según le tocara estar en otro hogar.
         Y el Pastor era el único que ayudaba a seguir adelante al corderito, porque le confortaba. Cada vez que su naturaleza quedaba herida, Él volvía a confortarlo y a darle el alimento necesario para poder seguir caminando.
         Pero, hubo un tiempo en que el corderito perdió la cordura. El modo de vivir de aquel corderito, que invadía su tranquilo redil, fue minando de nuevo su salud. Y desbarató, lloró, dejó de poder descansar ni de noche ni de día.
         Y volvió de nuevo a encontrarse dentro de ese túnel oscuro. Y no comprendía nada, no podía ver nada. Sólo había en su mente un deseo: poder volver a sentir la Paz, poder vivir sin que nadie se metiera en su vida, que le impusiera cosas, situaciones, …, poder vivir en tranquilidad, porque dentro de si sólo había una efervescencia imposible de dominar.
         Y llanto, ansiedad, desesperanza, temor a la próxima vez que volvería aquel corderito que le estaba robando la cordura.
         Y todo fue solucionándose, especialmente cuando el corderito marchó, y también con la ayuda de un nuevo aumento de medicación.
         Y, ¿qué decir de la medicación? La medicación humana tiene, a veces, grandes secuelas o, lo que es lo mismo, efectos secundarios, con los que hay que aprender a vivir.
         Lo que son o dejan de ser, sólo aquel que los conoce (quizá por ser un corderito dedicado a la búsqueda del bienestar de los enfermos) o el que por tomarlos, compartiendo conmigo nuestra enfermedad, sabe bien cuáles son.
         Se que el Pastor cuenta con eso y sabe el modo de suplir los contratiempo que causan con su Amor. Porque un corderito todo lo puede por aquel que le conforta.
         Y, ahora, a penas hace dos semanas, se marchó el corderito que vive en nuestra casa. Pero los síntomas de una nueva dura recaída, ya los estaba sufriendo hacía semanas.
         Insomnio, afán desordenado de comer chocolate, nerviosismo interno, saltos verbales cada vez que mi integridad se veía atacada (hay algunos corderitos, del mismo rebaño que yo, apacentados por el mismo Pastor, amados por Él del mismo modo incondicional, …; pero yo, con este concretamente, hay veces que no puedo, me supera, experimento que se me ataca, que se me destruye, que se me miente, …, a veces creo que me estoy volviendo loca.
         Pero, sobre todo, me afecta a mi vida espiritual. Siempre me he sentido exigida desde niña a ser buena, a hacer las cosas mejor que nadie, … Y eso ha quedado muy gravado en mi pobre corazoncito de corderito egoísta, que sólo tiene deseos de vivir para sí mismo, que quiere “ser”, por encima de todos, …
Siempre he experimentado el efecto salvífico de la conversión; las gracias recibidas me han dado la fuerza que no tengo para luchar contra el demonio, que está empeñado en destruirme. Mi Pastor jamás me ha dejado sola, perdida en campos que no son Suyos, en los que los lobos lo tienen siempre fácil para comerse a los corderitos débiles como yo.
         Pero, cuando me encuentro de nuevo en el túnel, por causa de ese pobre corderito, que hace lo que puede, siento que estoy destruida por dentro; que no me convierto y no puedo amar a mi enemigo; que mi Pastor me conforta, para que pueda con todo lo que no puedo, …, pero con esto, no puedo, de verdad.
         No quiero vivir con la carga de cada nueva venida de ese corderito, porque temo una nueva caída. Porque ahora la medicación ha sido aumentada tanto, que paso el día como atontada, haciendo las cosas, automáticamente, porque siempre hacer las cosas así me ha ayudado. Y ahora más que nunca.
         No quiero salir de casa, y sin embargo, todo lo puedo en aquel que me conforta. Ayer me fui sola a comprar. Me resultó pesado, muy pesado. Me pesaba el cuerpo, me pesaba el miedo a que me preguntaran si estaba enferma (estuve con las gafas de sol dentro del supermercado y, aún así, alguna de las dependientas, se dio cuenta y, lo que más temía, me preguntó)
         Hoy, poder estar escribiendo esto, es un verdadero salir de mi misma. Es cierto que siempre me ayuda poder escribir, pues si hablo, no se decir lo que llevo dentro. Pero en estas circunstancias, el pobre corderito que soy, sólo desea estar tumbado sin hacer nada y dejar pasar el tiempo.
         Dentro de dos semanas tengo una nueva visita con mi médico. En la anterior que pedí con urgencia, lloré, me rebelaba a lo que me decía. Ese corderito me hace daño, no lo quiero más en mi casa.
         Has podido tenerlo, has estado tranquila, has podido con ello, … Pero, ¡he tenido dos recaídas! ¡No puedo más! ¡No puedo verla en mi casa!
         Ahora, corderito herido, es como si me dijera mi médico, no podemos hablar de ese tema. No puedes pensar con lucidez. Toma la nueva medicación, dejemos pasar un poco de tiempo, no te escudes en la depresión, hay que averiguar, cuando estés bien, qué ha pasado, ten paciencia.
         Y yo, que me caracterizo desde siempre por mi impaciencia, intento vivir cada día con su carga, con su desánimo, con su desolación, … porque no puedo vivirlo de otro modo.
         Y, enseguida, … ¡soy una mala cristiana! ¿Dónde está ese corazoncito que se supone hay dentro de mi, preparado por la sangre de Cristo, para amar a mi enemigo, para hacerle el bien, para desearle lo mejor, para darle incluso mi propia vida, …?
         En la Penitencial del martes, hace dos semanas, casi no podía decir alguna palabra clara, que se pudiera entender. Sólo había una cosa que pedía con desesperación, lo recuerdo muy bien. ¡Perdóname mis pecados! ¡Perdóname, por favor! E intentaba arrodillarme, pero alguien no me dejaba y me querían apartar del Pastor, del que necesitaba escuchar, Vete en Paz, tus pecados quedan perdonados.
         Y yo, sigo con esta carga.
         Sólo me sale, cada día, a cada momento, una frase: Todo lo puedo en Aquel que me conforta.
         ¿Verdad que Tú me has perdonado?

         Hoy siento que hay algo nuevo dentro de mi, creo que hay una pequeñita luz a lo lejos. Siento paz en mi corazón. Deseo estar muy cerca de mi Pastor. Necesito respirar ese aire puro que emana, porque yo vivo un aire viciado, que da muerte.

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