Anoche tuve un sueño muy bonito. Mi amigo del alma, José, y yo estábamos en un lugar precioso, lleno de luz, todo era tranquilo, y, a la vez, había una alegría en el ambiente, que me recorría las venas y me hacía sentirme muy feliz.
También mi amigo estaba muy alegre y feliz; tenía el aspecto de un ángel. Su cuerpo parecía desprender la luz que se veía, y si me miraba yo, me sorprendía, pues también yo desprendía luz.
De pronto, mientras miraba a todas partes, sentía algo "extraño"; al mirar a José, la sorpresa: se levantaba de su silla de ruedas y empezaba a correr, a saltar, y a hablar, sin problema alguno.
Yo, lloraba y reía a la vez. ¡Era imposible!
Y era en ese momento cuando me daba cuenta de que estábamos en el Cielo. Sus padres, que también estaban ahí, estaban sonrientes, felices, en paz.
Y, ..., me desperté.
Hace mucho tiempo que no tengo un sueño tan precioso, la verdad es que me he levantado contenta, y no especialmente porque también yo estaba en el Cielo, sino porque José era como lo recordaba, cuando de niño sacaba de mi corazón lo mejor. Su presencia era una bendición. Nunca fue totalmente como los demás niños, era especial.
Más "débil", más necesitado, ..., no se explicarme bien.
Un fin de semana que sus padres se fueron de convivencia, nos lo dejaron en casa. Fue una bendición para mi, aunque creo que él no lo pasó demasiado bien, pues preguntaba por su mamá, con lágrimas en los ojos.
Alguna vez, algún niño que nos habían dejado, por el mismo motivo, también había llorado en algún momto. Pero, José, era muy distinto de todos. Hacía que mi corazón se comprimiera de dolor, pues me veía incapaz de suplir a su mamá. Era como un pajarito que pía desde su nido, mientras espera que su mamá regrese de buscar comida.
José siempre ha sido un niño tierno que ha sacado de mi corazón ternura. Y, la verdad, pienso que Dios me ha regalado ese sueño con él, pues llevo un tiempo malo, ...
Necesito su humildad, para ver, más que nada, y en todo momento, que Dios, igual que ha estado siempre con él, está también conmigo. Que nada pasa por casualidad, que todo actúa para mi bien, que no debo ceder a las tentaciones del demonio; pero cuando cedo, cuando peco, no he de dejar que corra el tiempo, pues la bola se hace cada vez más grande.
Como anécdota, el lunes pasado, después de una semana llena de dudas, de preguntas, de malos pensamientos, ..., fui corriendo a la parroquia, antes que empezase la misa de siete y media.
Pillé al parroco en la sacristía, muy atareado, con alguien (que ni recuerdo quién era), y le hice una pregunta-respuesta: ¿Estás muy atareado? Es que necesito confesarme (él me confirmó que estaba ocupado). ¡Es cosa de vida o muerte!
Ante esa urgencia y la cara de angustia que debía hacer, dejó lo que estaba intentando hacer y fuimos aprisa al descansillo que hay para subir al despacho de arriba. Dije mis pecados sin titubeos, sabía perfectamente lo que había estado haciendo, más que nada por no entretenerle demasiado. El me dijo unas palabras de ánimo, me dijo la penitencia que debía cumplir y me dió la absolución.
Sólo que a medias de dármela, le sonó el móvil. Yo le miré sorprendida, él, también sorprendido, siguió con la absolución, manteniendo una mano sobre mi cabeza y la otra intentando coger el móvil .
En fin, quizá contado no es tan gracioso, pero nosotros acabamos riendo ante lo chocante del caso. Para mi fue la confesión más urgente y rápida que había tenido y, además, con música.
Hoy, el evangelio del domingo es el de los cinco, dos y un talentos. El párroco nos ha hecho pensar en tantas cosas que Dios nos da, y no para que nos las quedamos.
Yo, a veces, con esa "querencia" a echarme en la cama y no hacer nada, entretenerme con cualquier cosa, veo el milagro que Dios hace en mi cada vez que puedo ponerme al servicio de la Iglesia. A pesar de todo, creo que, por el momento soy la que tiene un talento guardado.
Pero, volviendo a mi sueño, yo no sé qué pasará conmigo, pero que José vivirá para siempre en el Cielo, es una de las cosas que creo con certeza. ¡Qué Dios le bendiga!
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