martes, 9 de octubre de 2012

De los que no me acuerdo

Este fin de semana mi marido y yo hemos estado de hotel con spa en Calpe. Nos lo hemos pasado muy bien gozando juntos de algo que nos gusta, el spa. Nuestros hijos, que nos quieren muchísimo (y sus respectivos cónyuges, por supuesto), nos lo regalaron como regalo de Reyes Magos.
Parece que los problemas desaparecen o, al menos, quedan aparcados por algún tiempo. Es un dedicarse a nosotros mismos, sin casi pensar en nadie más. Y lo mejor es vivirlo con agradecimiento a nuestros hijos y a Dios, que les sugiere el mejor regalo.
La vuelta no se hace con tristeza porque ya se haya acabado "la buena vida", por lo menos para mi, pues lo bonito de ella es que, tanto los malos como los buenos momentos llegan y pasan, dejándonos una experiencia que nos servirá más adelante, o quizá no,..., pero ahí queda almacenada en nuestro cerebro por mucho tiempo.
Hemos optado por volver por la carretera nacional (a la ida fuimos por la autopista de pago, que no sé qué nombre tiene), y no había casi coches que llevaran nuestro camino.
La conversación era amena, comentarios sobre lo bien que lo habíamos pasado, los deseos de repetirlo, ... Pero ha habido un momento en que yo he sentido una gran tristeza.
En un trecho del camino había chicas en la cuneta, solas, esperando a que alguien requiriera sus "servicios". Estaban arregladas para llamar la atención, aunque no muy destapadas, ya que el tiempo era un poco desapacible.
Verlas a ellas y pensar la vida tan buena que Dios me está regalando ha sido todo uno. Y de ahí, me han venido a la cabeza otras muchas personas que viven en el mundo en este tiempo, como yo, y que jamás gozarán de tantos beneficios como me está regalando Dios.
¿Pensar que Dios es injusto? En algún tiempo lo hubiera pensado. Pero injustos sólo somos los hombres. Y el que hayan tantísimas personas que deban venderse, mendigar, robar, sufrir enfermedades por falta de medios, ..., y un sinfín de cosas más, no es culpa de Dios, en absoluto, sino nuestra.
Cuando somos "del montón" de los humanos, solemos tener ideales altruistas. Crremos que si estuviéramos nosotros en el poder, seríamos ecuánimes y a nadie le faltaría de nada. Nos vemos gobernando el mundo entero y ofreciendo nuestra vida por los demás y su bienestar.
Lo malo es que, cuando tenemos poder, nos olvidamos de los demás para acumular y enriquecernos con lo que sea.
Aquello de "yo, mi, me, conmigo" que aprendimos en Lengua algunos de nosotros (que ya somos de otro siglo y bien pasaditos), se cumple a la perfección. Lo aprendimos muy bien; aunque los más jóvenes también saben ejercerlo sin haber tenido que estudiarlo (la Lengua se ha convertido en "Castellano", y las famosas reglas de ortografía, al menos algunas, nos las quieren cambiar, para adecuarlas "a los tiempos que vivimos", ¡eso dicen!)
Creo firmemente que el poder cambia a los hombres. Y el ejemplo no hace falta que lo busque lejos de mi, porque hay veces que aprovechando mi posición de madre, ama de casa, catequista, ..., y últimamente, maestra, me necanta tener sometidos a mi a los que se ven en desventaja ante mi, generalmente por su edad, por los lazos que les unen a mi, etc.
Creo que debería rezar más por los que sufren mi "despotismo", y también por los que sufren mi "pasotismo" y despreocupación, como esas pobres chicas que, probablemente también por la crisis, tendrán que esforzarse más en la búsqueda de "clientes".
Pido a Dios que transforme mi corazón egoista por uno de carne que pueda donarse, de la manera que sea, en favor de los demás, que sufren hambre y sed, no sólo de alimentos y agua, sino de amor, especialmente. ¡Os agradecería que os uniérais a mi oración. Yo rezaré por esta intención por vosotros.

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