Hace alguna semana hablaba de ella, de pasada, en un escrito sobre mi tío Pepe. Apenas dije nada sobre Mari Cruz, pues mi tío había muerto y era necesario desahogarse.
Pero hoy, esta mañana, hemos acompañado su cuerpo al cementerio, le hemos agasajado como se merecía, porque era la estancia de su alma, hasta ahora.
¡Cuántas cosas que agradecerle! ¡Cómo llenaba el lugar al que acudía! ¡Qué recuerdoa inolvidables!
Yo tengo muchísimo que agradecerle, a ella y a su marido, el entrañable Emilio. Cada vez, que no han sido pocas, que he debido guardar reposo, ellos venían a traerme a Jesús. Si venía solo Emilio, era estupendo, porque la pequeña celebración que enmarcaba la Comunión, la llevaba con mucha unción. Pero cuando Mari Cruz le acompañaba, ..., su mano delicada de mujer, lo transformaba todo.
El pequeño mantel colocado, en algún lugar cercano, que servía de pequeño altar, a donde estaba acostada, y donde se preparaba, mediante lecturas y oraciones, la llegada de Jesús a mi alma.
¡Qué alegría, que compañía, qué caridad la de este matrimonio, al acercar al que no puede ir a la Iglesia, al Hijo de Dios!
Y, no sólo estos maravillosos momentos les he de agradecer, ahora especialmente a Mari Cruz, que ha debido acudir con la cita con Dios.
Cuando he estado enferma, no sólo de cuerpo, sino de alma, ella ha sabido darme la palabra necesaria. Si es que no podía ser de otro modo. ¿A quién mejor que ella podría haber elegido Dios para hablarme. ¡Cuántas veces se me ha alegrado un poco el corazón en Cristo Jesús, al que ella llevaba en el suyo, y que no se guardaba egoistamente.
Hoy, en la misa de funeral, nuestro muy querido Pepe Formentín, decía , entre otras cosas, que Mari Cruz ha sido una mujer que se ha dado siempre y sin condiciones a los demás. Eso he vivido yo, y estoy segura de que son muchísimos más los que han vivido esa experiencia con ella.
Un gran desgarro ha sentido mi corazón, mientras le decía el último "adiós", que era un "hasta pronto". Sí, no me da vergüenza decirlo. Un desgarro que tiene su sentido y que sólo puede ser curado, poco a poco, con el tiempo; pero la alegría de saberla con Dios, en el Cielo, en el lugar que Cristo le había preparado hace tantos años, es un ungüento que calama ese dolor.
Si, los hermanos somos realmente un solo cuerpo, y si me entristece no poder ver más a mi hermana Mari Cruz aquí en la tierra, me alegra saber que parte de mi ya está en el Cielo.
Mari Cruz, intercede por todos nosotros, por mi, que soy una pecadora que tantas veces no quiere convertirse.
¡Mari Cruz, hermana querida, ¡hasta pronto!
No hay comentarios:
Publicar un comentario