Hoy, en el Evangelio dominical, Dios me presenta la necesidad de elegir, entre Él y el dinero.
Mi vida ha estado llena de situaciones en las que he tenido que elegir, y, aunque reconozco que la elección "por excelencia" es la que hoy remarca el Evangelio, la elección entre unas cosas u otras, entre unas situaciones u otras distintas, ..., el apego a todo aquello que me hace sentir "dominadora", especial, ...., siempre han estado y están a la vuelta de la esquina.
Hace algún tiempo me di cuenta que estaba muy "apegada" a una colección de muñecas pequeñas, y que no me gustaba que nadie me las tocase; así que, decidí separarme de ellas. Pero, aún hubo alguna, muy especial, que no pude alejar de mí.
Estoy apegada a muchísimas cosas, más de las que yo misma imagino. Y la verdad es que una es importante: ¡Sólo Dios! (ésta es una frase del hermano Rafael)
Bien, pues hace poco más de una semana, me llamaron del arzobispado para decirme que, si me interesaba, podía volver este curso al colegio en el que estuve de sustitución el curso pasado.
Aunque, cuando cesé en junio, sabía perfectamente que jamás volvería, pues no tengo antigüedad y sólo puedo seguir haciendo sustituciones, la noticia me hizo enseguida dar gracias a Dios, que es el único que puede contra los "imposibles"
Me sentía enormemente felíz, ilusionada; haciendo planes de sobre cómo quería arreglarme el aula, las cosas que se debían tirar, las que se podían conervar, ...
Sólo tenía que esperar a que me llamasen del Prop para firmar el contrato. Pero, después de una semana, decidí informar al arzobispado que todavía no me habían llamado.
La sorpresa que recibí fue bastante desagradable. No me habían podido llamar antes, porque estaban muy liados, pero no podía ocupar esa plaza, al menos por este nuevo curso. La explicación que me dieron, la verdad es que no la entendí.
Llamé al colegio, para avisarles, y sabían que no iba a ir, porque ya habían hecho averiguaciones, ¡Estaban muy enfadados con los encargados del tema en el arzobispado!
Bien, en cuanto me rehice del "golpe", volví mi corazón a Dios, sabiendo que todo lo que acontece en mi vida es Él quien lo permite, y, además, jamás me ha sucedido nada malo. Así que, sólo le pedí que me ayudara, mediante el Espíritu Santo, a poder salir, poco a poco, cuando quisiera, de la tristeza que me había inundado.
¡Sí, he dicho tristeza! ¿Que por qué?
Pues porque una vez más me había "apegado" a una nueva situación; había hecho mis planes, como la lechera del cuento, y todo se había ido al traste.
Deseaba que todo fuera bien, que nada se hubiera "movido", después de la primera noticia, estupenda para mí. Mi corazón estaba más apegado a ella que a nada, confiaba tener un curso maravilloso, acompañada de un buen claustroo de maestros, de los niños difíciles, que tanto me gustaban, ..., y no cabía ni una sola sospecha de que algo podía de dejar de salir como esperaba.
Ahora, aún en medio de una cierta tristeza, que no desesperación ni pensamiento de que Dios se haya equivocado, vuelvo a reconocer qué difícil me resulta "apegarme" a lo único verdadero: ¡Sólo Dios!
¡Qué lejos me queda la santidad...!
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