Ante todo, Dios me libre de teorizar sobre este tema. No voy a decir nada que no haya experimentado. Pero la única respuesta verdadera, que no puede discutirme nadie, es que el matrimonio sólo se puede vivir dejando de ser dos para ser tres. Y el más importante, Jesucristo.
Por lo demás, he ido descubriendo con el paso de los años, concretamente 32, que el matrimonio es una lucha para mí, diaria, con la particularidad de tener al demonio siempre "revoloteando" entre mi marido y yo, intentado desunir de raíz lo que Dios bendijo un día.
No niego que ha habido momentos de desesperación, de incomprensión mutua, de hastío, de querer dejarlo todo y desaparecer para siempre. Todo en el intento de ser feliz.
¡Todo inútil!
He pensado durante mucho tiempo que mi matrimonio sobrevivía gracias a mí, aunque otras veces me he sentido culpable de que las cosas no fueran bien. Y siempre luchando por salirme con la mía, por llevar a mi marido a "mi terreno".
Y en medio de derrotas, una trás otra, pude escuchar, por fin, las suaves palabras del Espíritu Santo, que me animaban a empezar una lucha diferente.
Y, no voy a decir que la solución es siempre un éxito, más que nada porque sigo siendo pecadora y muchas veces vuelvo a querer ser "yo" sobre "él".
¿Y en qué consiste esa lucha?, se preguntará alguno.
Pues es la lucha por alcanzar a Cristo.
Sí, tan sencillo y, a la vez, tan imposible; sólo dejarse llevar de la mano de Cristo mismo puede garantizar el éxito.
Cada día ofrecerme a Dios, pedir la ayuda del Espíritu Santo, y no dejar de apretar fuerte la mano que Jesús me tiende, sin compromiso por mi parte.
Luchar por parecerme más a Él, por actuar como lo haría en cada acontecimiento, por no rechazar cada humillación que venga (especialmente por parte de mi marido), por sonreír y no poner cara de "vinagreta" frente a lo que me disgusta, ...
Y, después de cada caída, levantarme y volver a luchar.
Me impresionó mucho un libro que me dejaron hace bastante tiempo, "La familia que alcanzó a Cristo". Por entonces, ni se me ocurrió pensar que el secreto de la verdadera felicidad era precisamente poner una meta delante: Jesucristo. Y siempre un seguimiento que Dios potenciaba, mediante Su Santo Espíritu, y que sólo requería por mi parte "dejarme hacer".
Bien, me consta que la paciencia de Dios será mi salvación. Pues la materia con la que cuenta, "yo", soy total impedimento para las gracias que derrama sobre mí. Pero, no dejo de rezar ni un solo día, para que me ayude a defender la lucha por vivir siguiendo las huellas de Cristo.
Creo que manteniendo el pensamiento no en mi misma sino en el amor de Jesús, la lucha estará colmada de éxitos, ya que será Él mismo quien reinará en mi alma y en mi corazón, y quien actuará, no sólo en favor de mi marido, sino de todos aquellos que Dios me vaya poniendo delante, en mi vivir, y que necesitan conocer a Dios.
Si a alguien le sirve mi experiencia, únase a mí en esta lucha hacia la esperanza, donde la humildad será, poco a poco, un adorno digno de los verdaderos hijos de Dios, esos que llegan a vivir en la unión y en el amor en Cristo.
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