Nadie me preparó para ser madre. Mi primera hija fue con la que "rompí el hielo", arriesgándome, equivocándome, dando palos de ciego, .... La cosa es que cuando vino el segundo tuve que aprender con él, pues ningún hijo es igual ni se puede tratar del mismo modo. La verdad es que, aún ahora sigo aprendiendo, pues cada hijo siempre me enseña cosas nuevas; ahora, mis cuatro hijos casados, siendo padres en una familia, ¡cuánto me están enseñando!
Pero, volviendo al comienzo de este comentario, también tuve que aprender a dejarles sufrir y sufrir por ellos y con ellos.
Los sufrimientos de cuando eran pequeños se centraban más en momentos en que se ponían malitos; cuando alguno desaparecía de mi vista estando en lugares públicos, por ejemplo; cuando no les iba bien en el cole; cuando venían llorando, porque su mejor amigo no "les ajuntaba".
Pero cuando se iban acercando a esa "edad difícil", que cada vez va siendo más temprana, los sufrimientos no es que fueran mayores,sino distintos.
Una de las cosas que he aprendido por la maternidad es que cada edad lleva sus propios sufrimientos; y hay que saber estar al lado de los hijos, en todos y cada uno de sus momentos difíciles, sea la edad que sea.
Luego está el tema de los que se dejan consolar y saben recibir el cariño, dejándose abrazar, acariciar, besar. Por propia experiencia se que son los que más pronto pueden recuperarse y pasar página.
Y, también por propia experiencia se que lo pasan peor durante más tiempo los que rechazan cualquier ayuda. Con esos me ha ido muy bien hablar directamente, al menos la primera vez, cuando les he visto "distintos", más alejados que de lo normal.
Ahora uno de mis hijos está pasando por un gran sufrimiento y es, precisamente, de los "distintos" y alejados,
La verdad es que es a ellos a los que se les ve "el cambio", pues caminan por la casa sin encontrar un lugar para olvidar lo que les hace sufrir, son todavía más cerrados que antes, rehuyen a todos los miembros de la familia y les fastidia cualquier roce físico, como si eso dejara al descubierto que no están bien por más que se creen que nadie se ha dado cuenta.
Mi hijo sufre y, para mí no se ha acabado el mundo, sigue habiendo esperanza, nada es para siempre. Sin embargo, como se dice ahora, empatizo completamente con él, he conseguido que lo sepa, pues le he hablado directamente, no me ha hecho falta acercarme a darle mi cariño, sino que ha sido él mismo quien ha roto esa barrera que lleva siempre puesta y ha llorado en mi regazo.
Ya no hace falta que le hable más, ya es él quien, por segunda vez se ha acercado a hablarme y contarme cómo se encuentra. A veces logra devolverme un beso "más especial" y, sobre todo, y lo que más me interesa, es que sabe que su madre está y estará siempre dispuesta a estar a su lado.
Sí, es muy difícil ser padres y, como he dicho, jamás se acaba de aprender; pero saber escuchar, estar abiertos, no reirse de sus problemas jamás, estar siempre dispuestos a demostrar que se sufre también dejando caer las lágrimas que vienen a los ojos, saber abrazar, acariciar y besar en el momento opportuno, ..., son cosas que se aprenden y que nunca deberíamos permitir que se nos olvidasen.
Y, como base de todo, no dejar que se nos olviden todas y cada una de las etapas por las que hemos ido pasando, desde nuestros primeros pasos y nuestras primeras palabras hasta el día presente. Ayuda para poder ayudar, y eso no sólo a los hijos sino también a toda persona que en algún momento nos necesite.
Sólo pido a Dios que me de las fuerzas para saber estar cada instante tal y como Él quiere, por el bien de los demás.
Así es, Mari Carmen, has descrito perfectamente lo que es ser madre (y también padre). En resumen yo diría que se trata de actuar con nuestros hijos como Dios actúa con nosotros, educarles como Él nos educa. La "pedagogía divina" es el modelo a seguir. Nuestro Padre, Dios, y nuestra Madre, la Virgen María, saben cuando necesitamos corrección y cuando consuelo, cuando necesitamos sufrir para madurar y cuando unas caricias para sentirnos queridos y seguir adelante. Y todo ello sin anular jamás nuestra libertad para aceptar o no su ayuda y consejo. Dejándonos volar como el hijo pródigo y esperándonos siempre con los brazos abiertos. Como bien dices, no es fácil ser padres. Es lo más complicado del mundo. Sólo se hace más sencillo cuando nos apoyamos en Dios y nos dejamos instruir por Él, y cuando comprendemos que Dios quiere más a nuestros hijos que nosotros mismos, y es Él quien conduce sus vidas, igual que conduce las nuestras. Gracias por tan precioso artículo.
ResponderEliminarJosé Sáez.