lunes, 19 de marzo de 2012

¿CÓMO ES POSIBLE?

¿CÓMO ES POSIBLE?

¿Cómo es posible no ir a la celebración de la Eucaristía, como quien busca corrientes de agua viva? ¿Caminar como contra corriente, pensando que se estaría mejor en cualquier otro sitio?

¿Cómo es posible no pedir perdón de corazón a Dios, con la Oración de YO CONFIESO, no adentrarse dentro del corazón, para revisar su último rincón, y dejar que Cristo sea Su único Dueño?

¿Cómo es posible adentrarse en la celebración, sin recibir la Palabra abundante de Dios como el maná del desierto, que mantuvo con vida a los israelitas hasta llegar a la Tierra Prometida?

¿Cómo es posible proclamar a Cristo como el tres veces Santo, y no desear con todas las fuerzas, serlo también?

¿Cómo es posible arrodillarse, en el momento en el que Cristo se hace sacramento de salvación, en el que toma la forma de Pan y Vino, y no sentirse un privilegiado por estar presente? ¿Dejar que la mente se vaya por otros derroteros, vanos, inútiles, faltos de la Vida de verdad, sin sentirse un pequeño corderito dichoso, que tiene el corazón desbocado, por acercarse al Alimento que sana, a ala Sangre que purifica?

¿Cómo es posible no humillarse ante el Rey, que extendido en la Cruz, se da generosamente, sin reserva alguna? ¿Mirar sin entender que Él es el verdadero Camino? ¿Observar sin adorar, como contemplando un mero rito falto de significado para quien desea ser cristiano, ser otro Cristo en la vida?

¿Cómo es posible recibir Su Paz y dar la mano al hermano, o el Beso Santo, como quien saluda a un extraño? ¿No experimentar la alegría del corazón, que se dona y acepta con agradecimiento la donación, viviendo la verdadera fraternidad, sabiéndose hijos del mismo Padre y de la misma madre, hermanos de Cristo y protegidos del Espíritu Santo?

¿Cómo es posible que, cuando se acerca uno a comulgar, no sienta que el corazón se le sale, por el deseo, por la alegría, por la fidelidad de Cristo, que se ofrece en Cuerpo y Sangre, como Alimento, el verdaderamente necesario para seguir peregrinando en la tierra, hasta que llegue el encuentro final y eterno?

¿Cómo es posible que, al recibir en las manos, a modo de cuna, al mismo Cristo, no se siente Su delicado peso, como delicada hace nuestra cruz, cuando dejamos que la lleve por nosotros? ¿Cómo es posible que, antes de llevarlo a la boca, no se le da un beso, no como el de Judas, sino como el de María, cuando lo tuvo por primera vez entre Sus brazos, en Belén?

¿Cómo es posible que, una vez en el sitio, ya sentado, no se luche para que nada ni nadie nos impida el encuentro interior con Cristo, que habla palabras dulces, llenas de fuerza, hermosas, …, y deja que le digamos “TE QUIERO”?

¿Cómo es posible que, volviendo a casa, olvidemos con rapidez el acto de Amor que Dios nos ha regalado?

Creo que es porque entre las cien ovejas, yo soy la oveja perdida, que piensa encontrar unos pastos mejores, un agua más pura. Dejando al lobo, el lugar que le corresponde al Buen Pastor. Siguiendo sus aullidos malvados, en lugar de la dulce voz del Amor.

No puedo hacer ahora más que una pequeña Oración: Jesús, te amo y confío en Ti, ten misericordia de mi, que soy una pecadora. Amén

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