sábado, 11 de junio de 2011

¿Ser santo?

Antes de nada, he de decir una cosa, que me parece muy bonita, sobre la Oración. No sé si la he oído, dónde, cuándo, ..., o si ha sido una inspiración del Espíritu Santo para mi vida.
Estamos haciendo en nuestra parroquia un paso de la Oración. Yo no puedo decir, porque mentiría, que estoy "enterada" por completo de lo que es la Oración. Hace muchos años ya, estaba embarazada de mi segundo hijo, que recibí una serie de catequesis sobre ella. Cada una me impactó mucho, y desde ese momento, empecé a relacionarme con Dios de un modo distinto.
Pero confieso que cada vez que hemos hecho de nuevo este paso, por tenerlo que llevar a hermanos de otras comunidades, me ha hecho muchísimo bien.
Porque camino y Oración están para mi muy unidos. Pues sin Oración soy incapaz de caminar, y, por lo tanto, de acercarme a Dios, de estar preparada para escucharle.
He descubierto que la Oración es el modo de relacionarse de "Alguien" que quiere amar, con "alguien" que necesita ser amado. Por lo tanto, sin Oración también se ve disminuida en gran manera la necesidad de buscar el amor en quien lo es en esencia.
Y de todo ésto, durante estos días de vida intensa en la Oración, he tenido tiempo para pensar en tantos y tantos santos que, a lo largo de la historia de la Iglesia, han ido alcanzando la altura de Cristo. Y para ello se que la Oración ha sido imprescindible en su relación con el Dios Amor.
Y también he recordado aquellos de los que se ha sabido, después de muertos, que se acercaban al sufrimiento de Cristo sufriendo sobre sus carnes, voluntariamente, los aguijones de los cilicios.
Y pensaba: Claro, los llevaban para ser santos"
Pero con todo esto de la Oración, de la relación amorosa que entraña vivir cada día dependiendo de ella, me he dado cuenta de que no llevaban cilicio porque eran santos, sino porque deseaban serlo y ponían de su parte todo lo que les ayudaba a acercarse a la santidad.
Descubrían que el cuerpo se rebelaba y exigía cosas que no le convenían. Lo mismo que el alma, el corazón, que se empeñaba en buscar la felicidad lejos de Dios.
¡Cuántos sufrimientos, cuando el demonio les hostigaba con las tentaciones más crueles! Y ellos, luchando contra las apetencias del cuerpo y las del alma.
Y se valían de ayudas interiores, como las que da el Espíritu Santo, y las exteriores, como los suplicios que consentían en sus cuerpos, y aún los buscaban.
En fin, la conclusión que saco de todo ésto es que ni espiritual ni fisicamente busco refugio en la humillación, del modo que sea. Huir una y más veces de todo lo que signifique sufrir. Y así, como todos sabéis, lo que logro es apartarme de la santidad y meterme de lleno en el sufrimiento del pecado y la muerte.
Ruego a Dios que se apiade de mi y me conceda, algún día, entrar en el sufrimiento que ayuda a crecer hacia Jesucristo, consiguiendo poco a poco, y con la ayuda del Espíritu Santo parecerme un poquito a Él.

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