domingo, 31 de octubre de 2010

Cuando alguien llora sobre mi hombro, el tiempo se detiene

Hoy el título viene un poco largo; pero, por más vueltas que le he dado, no he encontrado la manera de acortarlo.
¿Alguien entiende lo que quiero decir con esas palabras? ¡Ojalá alguien haya podido experimentar lo mismo que yo! Lo deseo de corazón, pues pienso que es Dios quien pone delante a las personas, para luego, Él mismo, hablarles al corazón, por medio de un instrumento bastante "incompetente", como lo soy yo.
Ayer en mi parroquia tuvimos el gozo de vivir la primera misa de uno de nuestros catecúmenos. Hemos visto nacer su vocación; hemos estado a su lado, de parte de Dios, para ayudarle a encontrar el camino de la santidad; en resumen, lo hemos visto pasar de niño a joven, llegando a sus treintaitrés años, cuando Dios le ha confirmado su vocación, llenándole de la dignidad de ser su sacerdote. Hoy es otro Cristo en la tierra, de un modo mucho más visible de lo que podemos llegar a ser las "personas de a pie", que tenemos tantas cosas mundanas que nos "despistan" frecuentemente.
Pues bueno, para no irme "por las ramas", como es mi costumbre, sigo con l,o que me interesa comentaros.
Después de la celebración habían preparado un ágape en el colegio de las monjas. Yo pensaba decirle a mi marido que se quedara y yo me iría a casa, ya que, en primer lugar, me esperaba uno de mis nietos, para que le diera la cena; y en segundo lugar, no había dejado la cena hecha para la familia.
Pero, ¡mira por dónde!, ya en la parroquia había visto un matrimonio libanés que hace varios años empezaron el camino con nuestro misacantano (que les había invitado a la celebración), sentado con su hija menor, Nur (luz de Dios), entre los que habían ido a la misa.
Yo nunca corté la relación con ellos, especialmente con ella, Genoa (él se llama Bassam). Nos hemos visto alguna vez, nos hemos llamado por teléfono, le he visitado cuando nacieron sus hijas (la mayor se llama Beatríz); en fin, siempre he pensado que si Dios los había traído a la parroquia, si había querido que mi marido y yo nos encargáramos de prepararles para bautizarse (lo que, al final, decidieron no hacer), con lo que la relación era mayor que con cualquiera de los catequistas del grupo, ..., tenía que ser porque jamás debería dejarlos de lado y olvidarme de ellos.
¡Qué alegría cuando salí a la calle y ella estaba esperándome con una gran sonrisa en sus labios!
Nos abrazamos intensamente, nos besamos, nos miramos a los ojos, ... Repito, ¡qué alegría!
La verdad es que hacía casi un año, si no más, había dejado de verla, es decir, de quedar con ella para charrar, aunque sí la había visto por la calle varias veces.
Y, lo que yo creía sería un momento breve de cambiar impresiones, se convirtió en más de una hora, en la que me di cuenta lo mal que lo había hecho dejando de llamarla para quedar. Le pedí perdón, pues Dios la había estado probando con la muerte de su padre, en el Líbano, sin haber podido ir a estar a su lado, con la soledad absoluta (ya que su familia, por más que ha estado a su lado, no ha podido suplantar la compañía de su madre y sus hermanos).
La gente que la conoce del barrio, al verla de luto riguroso, ha estado juzgándola por ello. Me decía que del mismo modo en que se encontraba su corazón, de luto, no se veía vistiendo de color. Apenas hacía un tiempo había empezado a ponerse algún color pálido.
Y yo, sin enterarme, viviendo mi vida, a lo mío, a mis intereses, ..., sin acordarme de ella, aunque cada día rezo por todas las personas que Dios ha ido depositando con cariño, en mi corazón. Pero, no siempre puedo pensar en personas concretas, a no ser que me lo pidan especialmente.
¡Cuánto amor le dio Dios a través de mi pobre persona...! Los abrazos, los besos, el limpiar sus tristes lágrimas, ... Y ella, tan feliz de haber podido descansar en mi, después de tanto tiempo, en que sólo su familia la entendía, la comprendía, intentaba a yudarle, ...
¡Qué responsabilidad tan grande pone Dios en mí, aún a sabiendas de lo poco que lo merezco, que lo cuido, que lo hago carne costantemente, ...! Por mí misma, sería incapaz de darme a nadie, sólo a mí misma. Pero Cristo se hace carne en mí y ama a los que pone Dios delante de mi, para que conozcan a Su Padre, que es el Único bueno, que nunca da algo superior a nuestras fuerzas.
Pero hay quien no lo sabe; y, cuando llega el momento de hablar bien de Dios al que llora sobre el hombro, el tiempo se ha de detener, ...

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