Anoche tuvimos una celebración Penitencial; la primera de este curso.
Por lo que he oído, hay personas que esperan a estos actos para confesar sus pecados, esperando el perdón de Dios.
También yo, hace ya tiempo, hacía lo mismo. La verdad es que si no se convocaba una celebración, ni me daba cuenta de que era una gran pecadora.
¡Claro!, supongo que sólo pensaba que el pecado era en relación a Dios, y como había vuelto a la Iglesia a los diecisiete años, pues ya nada hacía en "Su contra". Y vivía tan contenta, pensando que eran los otros los que me hacían daño, me ignoraban, hablaban mal de mí, ... ¡Siempre los otros! ¡Menuda equivocación!
Gracias que Dios me llevó a la realidad y empecé a ver que también yo hacía daño a los demás, los ignoraba, hablaba mal de ellos, ..., era una egoísta integral. (Aún lo soy)
Y fue a partir de ese momento cuando empecé a sentirme muy mal cada vez que pecaba, pues dañar a un hijo de Dios no era cualquier cosa, incluso yo salía dañada; el Cuerpo Místico de Cristo, gracias a la Comunión de los Santos, se alegra con el bien de uno de sus miembros y sufre cuando es dañado.
Hoy procuro estar atenta, velando como dice Jesucristo, para descubrir el mal que hago, incluso el que pueda hacer sin darme cuenta. Mis confesiones son totalmente reparadoras, mi corazón recibe la gracia del Espíritu Santo, y "puedo inspirar" el amor de Dios, y, sólo con por Él puedo "espirarlo", en favor de los demás.
El demonio está siempre atento y me coge en muchas debilidades; ese es su principal cometido; levantarme sólo me es posible con la ayuda del Espíritu Santo; pero, más tarde o más temprano, mi alma necesita acudir al confesonario.
Y, ¡feliz culpa que mereció tan gran Redentor! Cada confesión es la evocación de un hombre, como yo en todo menos en el pecado, que se dio totalmente, hasta la última gota de Su sangre, por mí, por mi salvación. El hombre Cristo. ¡Nunca encontraré un Amor tan grande!
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