miércoles, 14 de julio de 2010

La Última Cima

Ayer por la tarde, cuando me sentía un poco aburrida (cosa, por otra parte extraña en mí, ya que no suelo aburrirme en casa), mi marido me sugirió que fuéramos al cine, para ver La Última Cima. Me encantó la idea y me arreglé enseguida.
Fue chocante que tuvieran problemas a la hora de empezar la película, pues primero se veían las imágenes pero no se escuchaba la voz; luego, pasó lo contrario, sin imágenes y con voz. Entraron en la sala algunos acomodadores, informando sobre el problema por medio de walki talkis (seguro que está mal escrito, pero me entendéis, ¿no?).
Por fin, se pusieron de acuerdo imagen y sonido, y me dispuse a disfrutar.
Ya me habían comentado que no era una película convencional, pero no me imaginaba cómo lo habría enfocado el director.
Ya desde el principio me enganchó y me adentré por completo en la "sustancia" del tema, en la personalidad de un humilde sacerdote, que pasó haciendo el bien y que, gracias a Dios, había llegado a la meta, a la última cima de su vida.
Cada persona, cada testimonio me iban dando una imagen clara de lo que Dios quiere de mi, que llegue a ser santa. Y estoy casi segura de que ese es el mensaje que hemos recibido todas las personas que hemos tenido la suerte de ver la película.
Y hay un lema, muy traído y llevado estos últimos días, que podríamos hacer nuestro, dándole otro sentido muy diferente.
¡PODEMOS!
Sí, estoy segura de ello, siempre y cuando nos pongamos a tiro, elijamos la montaña perfecta y nos apoyemos en el Espíritu Santo para escalarla. ¡Podemos alcanzar esa santidad que defendió Pablo Rodríguez dando testimonio con su propia vida!
Todos los temas tratados me han parecido necesarios en mi vida para seguir el camino de la santidad: la humildad, la pobreza, la donación, la confianza, la obediencia, ... Pero el que más me ha gustado es el nodo en que trata la muerte.
La muerte es una puerta. ¡Me encanta!
Siempre me ha gustado, desde bien jovencita, escribir todas las cosas importantes que han pasado en mi vida, mis deseos de amar, de donarme, mis tristezas y alegrías, ...
Y, en muchas ocasiones, el tema ha sido la muerte. Sí, siempre me ha gustado adentrarme en ese misterio que entraña la muerte, especialmente, la mía. Y, a lo largo de los años, he aprendido a verla como la puerta, mi puerta, la que me espera al final del recorrido, por la cual entraré, sin vuelta atrás, y gracias a la que me encontraré con mi Amado, Jesucristo.
Visto así, la muerte no es fea, ni horrible, ni angustiosa, ..., es la liberación final, la seguridad de no sufrir jamás y gozar por toda la eternidad. Es la presencia constante de Dios, la experiencia del Amor verdadero, ..., es la Vida sin fin vivida para amar.
¡Cuántas veces he gozado escribiendo sobre esa buena hermana, de la que hablaba san Francisco de Asís!
Escritos que tan sólo me sirven a mí, y que releo para no olvidar jamás todo lo que Dios me ha hecho gustar de la intimidad con Su Hijo. Mañana, cuando me llegue el amado momento, cuando deba entrar por la puerta, a nadie le importarán y acabarán en el contenedor de papel, siendo reciclados y convertidos quizá en papel higiénico, reflejando así la humildad necesaria para alcanzar el buen final, la Vida Eterna.
Sólo un consejo, si se me permite: ¡No dejéis de ver la película! Vosotros mismos sacaréis su jugo, que es delicioso.
¡Podemos!

2 comentarios:

  1. Querida Mª Carmen, ya sabes que entras a formar parte de mis favoritos. Yo llevo varios años en esto de los blogs. Te invito a que pongas seguidores en el tuyo y tendrás el mío enlazado.

    Lo puedes encontrar en www.carmenbellver.com
    Ya sabes que también estoy en religiondigital.com
    y por cierto ¿Quedamos este verano?.

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  2. Querida Maricarmen, nosotros también vimos la película hace tiempo, cuando la estrenaron, y nos encantó. Estoy completamente de acuerdo con tu escrito sobre ella. Sólo un pequeño fallo: el sacerdote se llamaba Pablo Domínguez, no Pablo Rodriguez. Creo que se te han cruzado los cables con el apellido de un querido hermano nuestro en la fe, que es estupendo, un santo, pero ni es cura ni ha muerto...

    Un abrazo.

    José Sáez.

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