Hoy la he visto otra vez. Hemos hablado amigablemente, como ya hemos hecho en algún otro encuentro. Pero hasta llegar a esta situación, antes, mucho antes, ....
Vino al colegio el último año. Y cuando la ví, me llamó la atención. Muy delgada, muy "estirada" debido a uno de esos aparatos metálicos que le obligaba a llevar esa postura, con gafas, vestida un tanto estrafalaria (según mi parecer, y el de mis compañeras. Colegio de religiosas, femenino, por supuesto)y, como colofón, como se dice ahora, "apestosa" (debido a lo que la pobre debía sudar con aquel "cacharro" siempre encima)
En fin, enseguida estuvo en boca de todas y cómo no, en la mía también. Y, por esas cosas de la afectividad, fui una de las que más se burló de ella, a sus espaldas. Sí, era una cobarde. Pero haber conseguido el aprecio de todas las demás, me parecía que me "compensaba". Acabó el curso, cada una acabó en un instituto, y, perdí la pista a todas mis compañeras; también a ella.
Por el mismo tiempo, más o menos, dejé de ir a misa, y me aparté de la Iglesia.
Pero Dios es muy misericordioso, porque varios años después, se hizo el encontradizo conmigo y descubrí que me amaba, sin tener en cuenta lo que había sido, lo que era e incluso lo que pudiera llegar a ser.
Y enseguida, me vino a la memoria lo mal que me había portado con aquella compañera. Pero, ya era tarde y nada podía hacer. Sentí como si una carga pesada me aplastara, un puño apretando mi corazón, que no me dejaba ser feliz totalmente. Y así pasaron muchos años. Y, un día, ¡la ví!
Me dio un vuelco el corazón y lo primero que hice fue "escapar".
Al llegar a casa, me sentía como si hubiera visto un viejo "fantasma", y la vergüenza que había sentido me había hecho huír.
¡Qué mal me sentí!
Dios me la había puesto delante, para que le pidiera perdón, y yo lo había desaprovechado. ¡No tenía nada que hacer! Tendría que seguir con mi carga, quién sabe hasta cuándo.
Le pedí a Dios esa misma noche que me diera otra oportunidad, que me la pusiera delante una vez más.
Y así lo hizo, y al día siguiente. Esta vez seguí caminando hacia ella, y, una vez delante, le pregunté si se acordaba de mi. Me llamó por mi apellido (como hacíamos en el colegio). Yo también me acordaba del suyo, y de su nombre, Mari Carmen (¡menuda coincidencidencia!)
Le abrí mi corazón, le pedí perdón y, gracias a Dios, me perdonó. Nos hemos vuelto a ver más veces, pues vivimos muy cerca (las ironías de la vida, o, mejor, los caminos de Dios).
Y ya no tengo miedo, ningún peso oprime mi corazón; ya la deuda de amor con ella, quedó saldada.
Jamás dejé de pedir perdón inmediatamente después de haberme portado mal con alguien. Aquella mala experiencia, después de todo, me ayudó mucho.
Preciosa experiencia, Mari Carmen. Me alegra que hayas podido reconciliarte con esa compañera y, sobre todo, contigo misma. La paz de espíritu sólo viene del amor y del perdón. Lo demás es un infierno en vida. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarJose Sáez.