Hoy hace 32 años que me casé. Eso, según los tiempos que corren, es todo un record. ¿A qué se debe, cómo lo hemos conseguido, cuáles son nuestros méritos?
Recuerdo que el mismo día de nuestra boda pensé que me había equivocado. Como se dice ahora, ¡qué fuerte!
Sí, no tardé nada en darme cuenta que el "príncipe azul" es una quimera, una utopía, una ilusión, que seguramente todas las mujers buscamos en nuestros maridos. Y unas se dan cuenta al cabo del tiempo y otras, como yo, recién iniciada la vida de matrimonio.
Sentí una angustia grandísima, porque sabía que me había casado "hasta que la muerte nos separe", por la Iglesia, convencida de que eso sería fácil de conseguir. ¡Qué ilusa!
Los primeros años (que han sido muuuuuuy largos), vivía el matrimonio como una carga insoportable. Pasando cada día apoyada en mis fuerzas. Los hijos vinieron muy pronto y fueron bastantes. Creo que Dios se valió de ellos para mantener a flote el matrimonio. Sí, porque si pensaba mandarlo todo a paseo, siempre había algo que me lo impedía. Eran los hijos.
Pensar qué sería de ellos, qué traumas irían acumulando por la separación de sus padres, ... En realidad no sabía que era Dios quien estaba empeñado en que siguiésemos unidos. Pero, ¿unidos en qué?
Muchos años han tenido que pasar para darme cuenta de que el secreto era tener en medio de los dos a Jesucristo. Con Él, el tiempo ha cambiado, no nosotros, que seguimos siendo impedimento a la unidad e indisolubilidad de nuestro matrimonio.
El ha dado sentido a nuestras distintas maneras de ver la vida, a las discusiones, a los enfados; como ha dado un verdadero sentido a nuestra felicidad mutua.
Sin Él tanto las dificultades como los momentos de vida "pacífica" tienen el verdadero sentido.
La cruz que compartimos es la mejor; yo soy su cruz y él es la mía, no hay vuelta de hoja. Pero ¡bendita cruz que nos quiere llevar hasta alcanzar la santidad!
Nada ha sido en vano, hoy hay entre nosotros amor vivo en Jesucristo. Todo ha estado muy bien.
Dios ha creado y ha recreado tantas veces una historia sencilla de amor entre mi esposo y yo. ¡Bendito sea!
Es un blog nuevo, por tanto viene con frescura, lleno de sinceridad, con comentarios llenos de vida, sin intención de convencer a nadie, pero sí de hacer pensar.
jueves, 29 de julio de 2010
jueves, 22 de julio de 2010
Cuentas pendientes
Hoy la he visto otra vez. Hemos hablado amigablemente, como ya hemos hecho en algún otro encuentro. Pero hasta llegar a esta situación, antes, mucho antes, ....
Vino al colegio el último año. Y cuando la ví, me llamó la atención. Muy delgada, muy "estirada" debido a uno de esos aparatos metálicos que le obligaba a llevar esa postura, con gafas, vestida un tanto estrafalaria (según mi parecer, y el de mis compañeras. Colegio de religiosas, femenino, por supuesto)y, como colofón, como se dice ahora, "apestosa" (debido a lo que la pobre debía sudar con aquel "cacharro" siempre encima)
En fin, enseguida estuvo en boca de todas y cómo no, en la mía también. Y, por esas cosas de la afectividad, fui una de las que más se burló de ella, a sus espaldas. Sí, era una cobarde. Pero haber conseguido el aprecio de todas las demás, me parecía que me "compensaba". Acabó el curso, cada una acabó en un instituto, y, perdí la pista a todas mis compañeras; también a ella.
Por el mismo tiempo, más o menos, dejé de ir a misa, y me aparté de la Iglesia.
Pero Dios es muy misericordioso, porque varios años después, se hizo el encontradizo conmigo y descubrí que me amaba, sin tener en cuenta lo que había sido, lo que era e incluso lo que pudiera llegar a ser.
Y enseguida, me vino a la memoria lo mal que me había portado con aquella compañera. Pero, ya era tarde y nada podía hacer. Sentí como si una carga pesada me aplastara, un puño apretando mi corazón, que no me dejaba ser feliz totalmente. Y así pasaron muchos años. Y, un día, ¡la ví!
Me dio un vuelco el corazón y lo primero que hice fue "escapar".
Al llegar a casa, me sentía como si hubiera visto un viejo "fantasma", y la vergüenza que había sentido me había hecho huír.
¡Qué mal me sentí!
Dios me la había puesto delante, para que le pidiera perdón, y yo lo había desaprovechado. ¡No tenía nada que hacer! Tendría que seguir con mi carga, quién sabe hasta cuándo.
Le pedí a Dios esa misma noche que me diera otra oportunidad, que me la pusiera delante una vez más.
Y así lo hizo, y al día siguiente. Esta vez seguí caminando hacia ella, y, una vez delante, le pregunté si se acordaba de mi. Me llamó por mi apellido (como hacíamos en el colegio). Yo también me acordaba del suyo, y de su nombre, Mari Carmen (¡menuda coincidencidencia!)
Le abrí mi corazón, le pedí perdón y, gracias a Dios, me perdonó. Nos hemos vuelto a ver más veces, pues vivimos muy cerca (las ironías de la vida, o, mejor, los caminos de Dios).
Y ya no tengo miedo, ningún peso oprime mi corazón; ya la deuda de amor con ella, quedó saldada.
Jamás dejé de pedir perdón inmediatamente después de haberme portado mal con alguien. Aquella mala experiencia, después de todo, me ayudó mucho.
Vino al colegio el último año. Y cuando la ví, me llamó la atención. Muy delgada, muy "estirada" debido a uno de esos aparatos metálicos que le obligaba a llevar esa postura, con gafas, vestida un tanto estrafalaria (según mi parecer, y el de mis compañeras. Colegio de religiosas, femenino, por supuesto)y, como colofón, como se dice ahora, "apestosa" (debido a lo que la pobre debía sudar con aquel "cacharro" siempre encima)
En fin, enseguida estuvo en boca de todas y cómo no, en la mía también. Y, por esas cosas de la afectividad, fui una de las que más se burló de ella, a sus espaldas. Sí, era una cobarde. Pero haber conseguido el aprecio de todas las demás, me parecía que me "compensaba". Acabó el curso, cada una acabó en un instituto, y, perdí la pista a todas mis compañeras; también a ella.
Por el mismo tiempo, más o menos, dejé de ir a misa, y me aparté de la Iglesia.
Pero Dios es muy misericordioso, porque varios años después, se hizo el encontradizo conmigo y descubrí que me amaba, sin tener en cuenta lo que había sido, lo que era e incluso lo que pudiera llegar a ser.
Y enseguida, me vino a la memoria lo mal que me había portado con aquella compañera. Pero, ya era tarde y nada podía hacer. Sentí como si una carga pesada me aplastara, un puño apretando mi corazón, que no me dejaba ser feliz totalmente. Y así pasaron muchos años. Y, un día, ¡la ví!
Me dio un vuelco el corazón y lo primero que hice fue "escapar".
Al llegar a casa, me sentía como si hubiera visto un viejo "fantasma", y la vergüenza que había sentido me había hecho huír.
¡Qué mal me sentí!
Dios me la había puesto delante, para que le pidiera perdón, y yo lo había desaprovechado. ¡No tenía nada que hacer! Tendría que seguir con mi carga, quién sabe hasta cuándo.
Le pedí a Dios esa misma noche que me diera otra oportunidad, que me la pusiera delante una vez más.
Y así lo hizo, y al día siguiente. Esta vez seguí caminando hacia ella, y, una vez delante, le pregunté si se acordaba de mi. Me llamó por mi apellido (como hacíamos en el colegio). Yo también me acordaba del suyo, y de su nombre, Mari Carmen (¡menuda coincidencidencia!)
Le abrí mi corazón, le pedí perdón y, gracias a Dios, me perdonó. Nos hemos vuelto a ver más veces, pues vivimos muy cerca (las ironías de la vida, o, mejor, los caminos de Dios).
Y ya no tengo miedo, ningún peso oprime mi corazón; ya la deuda de amor con ella, quedó saldada.
Jamás dejé de pedir perdón inmediatamente después de haberme portado mal con alguien. Aquella mala experiencia, después de todo, me ayudó mucho.
miércoles, 21 de julio de 2010
¿Dónde está Jesucristo?
Jesucristo está en la Eucaristía, especialmente; pero también está donde hay un cristiano. Y de todos los cristianos, yo lo veo en los enfermos, especialmente en los que tienen la puerta de la muerte cerca.
Verlo en los enfermos es un don de Dios, porque mientras Él no me regaló ver a Su Hijo en ellos, la enfermedad me tiraba atrás. Cuando no tenía "más remedio" que visitar a alguien en el lecho del dolor, me quedaba muda.
Buscaba y buscaba en mi corazón las palabras adecuadas, pero nada, no había ninguna. Hasta el día, no recuerdo cuál, porque creo que Dios me lo concedió como hace siempre las cosas, suavemente, sin forzarme a nada, en que delante de un enfermo me encontré con Jesucristo y el Espíritu Santo desató mi lengua.
¿Las palabras? Pues no las sé, lo digo en serio.
Hoy he visitado a un chico joven, con toda la vida por delante, al que Dios está visitando con un cáncer, y por segunda vez. Se recuperó la primera, que no hace tanto, y de nuevo vieron los médicos que había comenzado por otro sitio.
Me enteré que estaba en el hospital ayer, y sabía que tenía que visitarlo. ¿Por qué? Pues porque era una especie de "necesidad" que venía del corazón y que desde que me he levantado no dejaba de apremiarme.
Sin embargo, tenía el espíritu agitado, tenía miedo. ¡Soy una cobarde!
¿Tendré algo que decirle? ¿Me quedaré muda? ¿Me iré con un peso en el corazón, grande como una losa que me aplastará durante mucho tiempo?
Pero, a pesar de mis temores, seguía teniendo esa especie de necesidad de acercarme a él.
El camino hacia el hospital ha sido duro; iba rezando el Rosario, porque las ganas de dejarlo "para otro día" me podían. Pero, al final, he llegado delante de la puerta y, ..., he llamado.
¡Dios me estaba esperando ahí!.
Las palabras brotaban de mi corazón sin esfuerzo, el amor de Cristo salía de mí hacia él y de él hacia mí. ¡Unidos en el Amor a Cristo!
La hermosura de Cristo está en sus ojos, en sus labios, en su corazón, en su cuerpo famélico, en su falta de fuerzas. Está esperando qué es lo que Dios quiere para él. El humano temor a lo desconocido, pero puesta la esperanza en Dios.
Como Dios quiere, él es Cristo que se da, que es fuerte en Él, que se une a Dios en la oración diaria, en el rezo del Rosario, en la comunión diaria.
Me he ido en Paz. ¿A quién le puede dejar insatisfecho el estar con Cristo en el lecho de la enfermedad?
Pido a quien lea ésto una oración por este joven heróico, que espera en Dios, y que necesita la fuerza de nuestra oración para ser un mártir de Cristo, uno que alcanzará la santidad, con la fuerza del Espíritu Santo.
Amén
Verlo en los enfermos es un don de Dios, porque mientras Él no me regaló ver a Su Hijo en ellos, la enfermedad me tiraba atrás. Cuando no tenía "más remedio" que visitar a alguien en el lecho del dolor, me quedaba muda.
Buscaba y buscaba en mi corazón las palabras adecuadas, pero nada, no había ninguna. Hasta el día, no recuerdo cuál, porque creo que Dios me lo concedió como hace siempre las cosas, suavemente, sin forzarme a nada, en que delante de un enfermo me encontré con Jesucristo y el Espíritu Santo desató mi lengua.
¿Las palabras? Pues no las sé, lo digo en serio.
Hoy he visitado a un chico joven, con toda la vida por delante, al que Dios está visitando con un cáncer, y por segunda vez. Se recuperó la primera, que no hace tanto, y de nuevo vieron los médicos que había comenzado por otro sitio.
Me enteré que estaba en el hospital ayer, y sabía que tenía que visitarlo. ¿Por qué? Pues porque era una especie de "necesidad" que venía del corazón y que desde que me he levantado no dejaba de apremiarme.
Sin embargo, tenía el espíritu agitado, tenía miedo. ¡Soy una cobarde!
¿Tendré algo que decirle? ¿Me quedaré muda? ¿Me iré con un peso en el corazón, grande como una losa que me aplastará durante mucho tiempo?
Pero, a pesar de mis temores, seguía teniendo esa especie de necesidad de acercarme a él.
El camino hacia el hospital ha sido duro; iba rezando el Rosario, porque las ganas de dejarlo "para otro día" me podían. Pero, al final, he llegado delante de la puerta y, ..., he llamado.
¡Dios me estaba esperando ahí!.
Las palabras brotaban de mi corazón sin esfuerzo, el amor de Cristo salía de mí hacia él y de él hacia mí. ¡Unidos en el Amor a Cristo!
La hermosura de Cristo está en sus ojos, en sus labios, en su corazón, en su cuerpo famélico, en su falta de fuerzas. Está esperando qué es lo que Dios quiere para él. El humano temor a lo desconocido, pero puesta la esperanza en Dios.
Como Dios quiere, él es Cristo que se da, que es fuerte en Él, que se une a Dios en la oración diaria, en el rezo del Rosario, en la comunión diaria.
Me he ido en Paz. ¿A quién le puede dejar insatisfecho el estar con Cristo en el lecho de la enfermedad?
Pido a quien lea ésto una oración por este joven heróico, que espera en Dios, y que necesita la fuerza de nuestra oración para ser un mártir de Cristo, uno que alcanzará la santidad, con la fuerza del Espíritu Santo.
Amén
viernes, 16 de julio de 2010
Mi tío Paco
Mi tío Paco no es tío mío "de sangre"; es un amigo de la infancia de mi padre que siempre ha tenido trato con nosotros, por lo que me enseñaron a llamarle tío y lo he hecho así, hasta hoy.
Hoy hemos ido a visitarle mi padre, mi hermana y yo a una residencia fuera de Valencia, en Náquera. Hacía mucho tiempo que no lo veía, de hecho, la última vez que lo vi fue hace muchos años, en la calle, y nos alegramoa ambos de vernos,
De todos los "sobrinos" adoptados, a la que más ha querido siampre ha sido a mí. Recuerdo una vez, yo era pequeña, pero lo suficientemente mayor para darme cuenta de que hablaba de mí, que le dijo a mi padre que, si él fuera más joven le gustaría casarse conmigo.
Parece que yo era muy dulce y cariñosa, muy afectuosa, atenta, ..., ¡en fin, un dechado de virtudes! lástima que con el paso de los años haya dejado que se escaparan, y así me ha ido algunas veces.
Puedo decir que nunca se comportó conmigo como un "viejo verde", me quería tanto que nunca se propasó conmigo. Su deseo había sido una manera de decir que me quería especialmente. ¡Imposible pensar en boda!
Como decía, hoy lo he visto de nuevo, ¡madre de Dios!
No puede caminar, está en silla de ruedas, apenas levantaba la mirada del suelo, y se le veía muy triste.
Nunca se casó, y sólo tiene una sobrina que le atendió hasta que ya resulto imposible. Lo llevó a esa residencia, y se está muriendo de tristeza, de soledad, de abandono.
Varias veces nos ha dicho que se alegraba mucho de que hubiéramos ido a verle, pero sus ojos no demostraban tal alegría.
Está esperando a la muerte, sin aliciente ninguno, o, al menos, eso me había parecido.
Cuando nos íbamos, ya le había dado besos y todo, algo por dentro me decía que no me podía ir sin decirle algo, no sabía qué, pero Dios me removía y yo quería hacerle caso.
Cuando íbamos a salir de la terraza donde estaba, me he acercado a él y le he preguntado si creía en Dios.
Me miraba a los ojos, como yo a él. "Es el único consuelo", me ha dicho.
Ya no sé qué más le he dicho, pues en esas cosas hay que dejar hacer al Espíritu Santo. Yo seguía mirándole a los ojos, y espero que siga con ese mismo pensamiento que me ha dicho en voz alta, hasta que Él le lleve a Su lado.
¡Ojalá me dejará hacer por Dios cada vez que alguien necesite de Su ayuda y Él me quiera utilizar!.
Hoy hemos ido a visitarle mi padre, mi hermana y yo a una residencia fuera de Valencia, en Náquera. Hacía mucho tiempo que no lo veía, de hecho, la última vez que lo vi fue hace muchos años, en la calle, y nos alegramoa ambos de vernos,
De todos los "sobrinos" adoptados, a la que más ha querido siampre ha sido a mí. Recuerdo una vez, yo era pequeña, pero lo suficientemente mayor para darme cuenta de que hablaba de mí, que le dijo a mi padre que, si él fuera más joven le gustaría casarse conmigo.
Parece que yo era muy dulce y cariñosa, muy afectuosa, atenta, ..., ¡en fin, un dechado de virtudes! lástima que con el paso de los años haya dejado que se escaparan, y así me ha ido algunas veces.
Puedo decir que nunca se comportó conmigo como un "viejo verde", me quería tanto que nunca se propasó conmigo. Su deseo había sido una manera de decir que me quería especialmente. ¡Imposible pensar en boda!
Como decía, hoy lo he visto de nuevo, ¡madre de Dios!
No puede caminar, está en silla de ruedas, apenas levantaba la mirada del suelo, y se le veía muy triste.
Nunca se casó, y sólo tiene una sobrina que le atendió hasta que ya resulto imposible. Lo llevó a esa residencia, y se está muriendo de tristeza, de soledad, de abandono.
Varias veces nos ha dicho que se alegraba mucho de que hubiéramos ido a verle, pero sus ojos no demostraban tal alegría.
Está esperando a la muerte, sin aliciente ninguno, o, al menos, eso me había parecido.
Cuando nos íbamos, ya le había dado besos y todo, algo por dentro me decía que no me podía ir sin decirle algo, no sabía qué, pero Dios me removía y yo quería hacerle caso.
Cuando íbamos a salir de la terraza donde estaba, me he acercado a él y le he preguntado si creía en Dios.
Me miraba a los ojos, como yo a él. "Es el único consuelo", me ha dicho.
Ya no sé qué más le he dicho, pues en esas cosas hay que dejar hacer al Espíritu Santo. Yo seguía mirándole a los ojos, y espero que siga con ese mismo pensamiento que me ha dicho en voz alta, hasta que Él le lleve a Su lado.
¡Ojalá me dejará hacer por Dios cada vez que alguien necesite de Su ayuda y Él me quiera utilizar!.
miércoles, 14 de julio de 2010
La Última Cima
Ayer por la tarde, cuando me sentía un poco aburrida (cosa, por otra parte extraña en mí, ya que no suelo aburrirme en casa), mi marido me sugirió que fuéramos al cine, para ver La Última Cima. Me encantó la idea y me arreglé enseguida.
Fue chocante que tuvieran problemas a la hora de empezar la película, pues primero se veían las imágenes pero no se escuchaba la voz; luego, pasó lo contrario, sin imágenes y con voz. Entraron en la sala algunos acomodadores, informando sobre el problema por medio de walki talkis (seguro que está mal escrito, pero me entendéis, ¿no?).
Por fin, se pusieron de acuerdo imagen y sonido, y me dispuse a disfrutar.
Ya me habían comentado que no era una película convencional, pero no me imaginaba cómo lo habría enfocado el director.
Ya desde el principio me enganchó y me adentré por completo en la "sustancia" del tema, en la personalidad de un humilde sacerdote, que pasó haciendo el bien y que, gracias a Dios, había llegado a la meta, a la última cima de su vida.
Cada persona, cada testimonio me iban dando una imagen clara de lo que Dios quiere de mi, que llegue a ser santa. Y estoy casi segura de que ese es el mensaje que hemos recibido todas las personas que hemos tenido la suerte de ver la película.
Y hay un lema, muy traído y llevado estos últimos días, que podríamos hacer nuestro, dándole otro sentido muy diferente.
¡PODEMOS!
Sí, estoy segura de ello, siempre y cuando nos pongamos a tiro, elijamos la montaña perfecta y nos apoyemos en el Espíritu Santo para escalarla. ¡Podemos alcanzar esa santidad que defendió Pablo Rodríguez dando testimonio con su propia vida!
Todos los temas tratados me han parecido necesarios en mi vida para seguir el camino de la santidad: la humildad, la pobreza, la donación, la confianza, la obediencia, ... Pero el que más me ha gustado es el nodo en que trata la muerte.
La muerte es una puerta. ¡Me encanta!
Siempre me ha gustado, desde bien jovencita, escribir todas las cosas importantes que han pasado en mi vida, mis deseos de amar, de donarme, mis tristezas y alegrías, ...
Y, en muchas ocasiones, el tema ha sido la muerte. Sí, siempre me ha gustado adentrarme en ese misterio que entraña la muerte, especialmente, la mía. Y, a lo largo de los años, he aprendido a verla como la puerta, mi puerta, la que me espera al final del recorrido, por la cual entraré, sin vuelta atrás, y gracias a la que me encontraré con mi Amado, Jesucristo.
Visto así, la muerte no es fea, ni horrible, ni angustiosa, ..., es la liberación final, la seguridad de no sufrir jamás y gozar por toda la eternidad. Es la presencia constante de Dios, la experiencia del Amor verdadero, ..., es la Vida sin fin vivida para amar.
¡Cuántas veces he gozado escribiendo sobre esa buena hermana, de la que hablaba san Francisco de Asís!
Escritos que tan sólo me sirven a mí, y que releo para no olvidar jamás todo lo que Dios me ha hecho gustar de la intimidad con Su Hijo. Mañana, cuando me llegue el amado momento, cuando deba entrar por la puerta, a nadie le importarán y acabarán en el contenedor de papel, siendo reciclados y convertidos quizá en papel higiénico, reflejando así la humildad necesaria para alcanzar el buen final, la Vida Eterna.
Sólo un consejo, si se me permite: ¡No dejéis de ver la película! Vosotros mismos sacaréis su jugo, que es delicioso.
¡Podemos!
Fue chocante que tuvieran problemas a la hora de empezar la película, pues primero se veían las imágenes pero no se escuchaba la voz; luego, pasó lo contrario, sin imágenes y con voz. Entraron en la sala algunos acomodadores, informando sobre el problema por medio de walki talkis (seguro que está mal escrito, pero me entendéis, ¿no?).
Por fin, se pusieron de acuerdo imagen y sonido, y me dispuse a disfrutar.
Ya me habían comentado que no era una película convencional, pero no me imaginaba cómo lo habría enfocado el director.
Ya desde el principio me enganchó y me adentré por completo en la "sustancia" del tema, en la personalidad de un humilde sacerdote, que pasó haciendo el bien y que, gracias a Dios, había llegado a la meta, a la última cima de su vida.
Cada persona, cada testimonio me iban dando una imagen clara de lo que Dios quiere de mi, que llegue a ser santa. Y estoy casi segura de que ese es el mensaje que hemos recibido todas las personas que hemos tenido la suerte de ver la película.
Y hay un lema, muy traído y llevado estos últimos días, que podríamos hacer nuestro, dándole otro sentido muy diferente.
¡PODEMOS!
Sí, estoy segura de ello, siempre y cuando nos pongamos a tiro, elijamos la montaña perfecta y nos apoyemos en el Espíritu Santo para escalarla. ¡Podemos alcanzar esa santidad que defendió Pablo Rodríguez dando testimonio con su propia vida!
Todos los temas tratados me han parecido necesarios en mi vida para seguir el camino de la santidad: la humildad, la pobreza, la donación, la confianza, la obediencia, ... Pero el que más me ha gustado es el nodo en que trata la muerte.
La muerte es una puerta. ¡Me encanta!
Siempre me ha gustado, desde bien jovencita, escribir todas las cosas importantes que han pasado en mi vida, mis deseos de amar, de donarme, mis tristezas y alegrías, ...
Y, en muchas ocasiones, el tema ha sido la muerte. Sí, siempre me ha gustado adentrarme en ese misterio que entraña la muerte, especialmente, la mía. Y, a lo largo de los años, he aprendido a verla como la puerta, mi puerta, la que me espera al final del recorrido, por la cual entraré, sin vuelta atrás, y gracias a la que me encontraré con mi Amado, Jesucristo.
Visto así, la muerte no es fea, ni horrible, ni angustiosa, ..., es la liberación final, la seguridad de no sufrir jamás y gozar por toda la eternidad. Es la presencia constante de Dios, la experiencia del Amor verdadero, ..., es la Vida sin fin vivida para amar.
¡Cuántas veces he gozado escribiendo sobre esa buena hermana, de la que hablaba san Francisco de Asís!
Escritos que tan sólo me sirven a mí, y que releo para no olvidar jamás todo lo que Dios me ha hecho gustar de la intimidad con Su Hijo. Mañana, cuando me llegue el amado momento, cuando deba entrar por la puerta, a nadie le importarán y acabarán en el contenedor de papel, siendo reciclados y convertidos quizá en papel higiénico, reflejando así la humildad necesaria para alcanzar el buen final, la Vida Eterna.
Sólo un consejo, si se me permite: ¡No dejéis de ver la película! Vosotros mismos sacaréis su jugo, que es delicioso.
¡Podemos!
sábado, 10 de julio de 2010
El sufrimiento de los hijos
Nadie me preparó para ser madre. Mi primera hija fue con la que "rompí el hielo", arriesgándome, equivocándome, dando palos de ciego, .... La cosa es que cuando vino el segundo tuve que aprender con él, pues ningún hijo es igual ni se puede tratar del mismo modo. La verdad es que, aún ahora sigo aprendiendo, pues cada hijo siempre me enseña cosas nuevas; ahora, mis cuatro hijos casados, siendo padres en una familia, ¡cuánto me están enseñando!
Pero, volviendo al comienzo de este comentario, también tuve que aprender a dejarles sufrir y sufrir por ellos y con ellos.
Los sufrimientos de cuando eran pequeños se centraban más en momentos en que se ponían malitos; cuando alguno desaparecía de mi vista estando en lugares públicos, por ejemplo; cuando no les iba bien en el cole; cuando venían llorando, porque su mejor amigo no "les ajuntaba".
Pero cuando se iban acercando a esa "edad difícil", que cada vez va siendo más temprana, los sufrimientos no es que fueran mayores,sino distintos.
Una de las cosas que he aprendido por la maternidad es que cada edad lleva sus propios sufrimientos; y hay que saber estar al lado de los hijos, en todos y cada uno de sus momentos difíciles, sea la edad que sea.
Luego está el tema de los que se dejan consolar y saben recibir el cariño, dejándose abrazar, acariciar, besar. Por propia experiencia se que son los que más pronto pueden recuperarse y pasar página.
Y, también por propia experiencia se que lo pasan peor durante más tiempo los que rechazan cualquier ayuda. Con esos me ha ido muy bien hablar directamente, al menos la primera vez, cuando les he visto "distintos", más alejados que de lo normal.
Ahora uno de mis hijos está pasando por un gran sufrimiento y es, precisamente, de los "distintos" y alejados,
La verdad es que es a ellos a los que se les ve "el cambio", pues caminan por la casa sin encontrar un lugar para olvidar lo que les hace sufrir, son todavía más cerrados que antes, rehuyen a todos los miembros de la familia y les fastidia cualquier roce físico, como si eso dejara al descubierto que no están bien por más que se creen que nadie se ha dado cuenta.
Mi hijo sufre y, para mí no se ha acabado el mundo, sigue habiendo esperanza, nada es para siempre. Sin embargo, como se dice ahora, empatizo completamente con él, he conseguido que lo sepa, pues le he hablado directamente, no me ha hecho falta acercarme a darle mi cariño, sino que ha sido él mismo quien ha roto esa barrera que lleva siempre puesta y ha llorado en mi regazo.
Ya no hace falta que le hable más, ya es él quien, por segunda vez se ha acercado a hablarme y contarme cómo se encuentra. A veces logra devolverme un beso "más especial" y, sobre todo, y lo que más me interesa, es que sabe que su madre está y estará siempre dispuesta a estar a su lado.
Sí, es muy difícil ser padres y, como he dicho, jamás se acaba de aprender; pero saber escuchar, estar abiertos, no reirse de sus problemas jamás, estar siempre dispuestos a demostrar que se sufre también dejando caer las lágrimas que vienen a los ojos, saber abrazar, acariciar y besar en el momento opportuno, ..., son cosas que se aprenden y que nunca deberíamos permitir que se nos olvidasen.
Y, como base de todo, no dejar que se nos olviden todas y cada una de las etapas por las que hemos ido pasando, desde nuestros primeros pasos y nuestras primeras palabras hasta el día presente. Ayuda para poder ayudar, y eso no sólo a los hijos sino también a toda persona que en algún momento nos necesite.
Sólo pido a Dios que me de las fuerzas para saber estar cada instante tal y como Él quiere, por el bien de los demás.
Pero, volviendo al comienzo de este comentario, también tuve que aprender a dejarles sufrir y sufrir por ellos y con ellos.
Los sufrimientos de cuando eran pequeños se centraban más en momentos en que se ponían malitos; cuando alguno desaparecía de mi vista estando en lugares públicos, por ejemplo; cuando no les iba bien en el cole; cuando venían llorando, porque su mejor amigo no "les ajuntaba".
Pero cuando se iban acercando a esa "edad difícil", que cada vez va siendo más temprana, los sufrimientos no es que fueran mayores,sino distintos.
Una de las cosas que he aprendido por la maternidad es que cada edad lleva sus propios sufrimientos; y hay que saber estar al lado de los hijos, en todos y cada uno de sus momentos difíciles, sea la edad que sea.
Luego está el tema de los que se dejan consolar y saben recibir el cariño, dejándose abrazar, acariciar, besar. Por propia experiencia se que son los que más pronto pueden recuperarse y pasar página.
Y, también por propia experiencia se que lo pasan peor durante más tiempo los que rechazan cualquier ayuda. Con esos me ha ido muy bien hablar directamente, al menos la primera vez, cuando les he visto "distintos", más alejados que de lo normal.
Ahora uno de mis hijos está pasando por un gran sufrimiento y es, precisamente, de los "distintos" y alejados,
La verdad es que es a ellos a los que se les ve "el cambio", pues caminan por la casa sin encontrar un lugar para olvidar lo que les hace sufrir, son todavía más cerrados que antes, rehuyen a todos los miembros de la familia y les fastidia cualquier roce físico, como si eso dejara al descubierto que no están bien por más que se creen que nadie se ha dado cuenta.
Mi hijo sufre y, para mí no se ha acabado el mundo, sigue habiendo esperanza, nada es para siempre. Sin embargo, como se dice ahora, empatizo completamente con él, he conseguido que lo sepa, pues le he hablado directamente, no me ha hecho falta acercarme a darle mi cariño, sino que ha sido él mismo quien ha roto esa barrera que lleva siempre puesta y ha llorado en mi regazo.
Ya no hace falta que le hable más, ya es él quien, por segunda vez se ha acercado a hablarme y contarme cómo se encuentra. A veces logra devolverme un beso "más especial" y, sobre todo, y lo que más me interesa, es que sabe que su madre está y estará siempre dispuesta a estar a su lado.
Sí, es muy difícil ser padres y, como he dicho, jamás se acaba de aprender; pero saber escuchar, estar abiertos, no reirse de sus problemas jamás, estar siempre dispuestos a demostrar que se sufre también dejando caer las lágrimas que vienen a los ojos, saber abrazar, acariciar y besar en el momento opportuno, ..., son cosas que se aprenden y que nunca deberíamos permitir que se nos olvidasen.
Y, como base de todo, no dejar que se nos olviden todas y cada una de las etapas por las que hemos ido pasando, desde nuestros primeros pasos y nuestras primeras palabras hasta el día presente. Ayuda para poder ayudar, y eso no sólo a los hijos sino también a toda persona que en algún momento nos necesite.
Sólo pido a Dios que me de las fuerzas para saber estar cada instante tal y como Él quiere, por el bien de los demás.
martes, 6 de julio de 2010
Autocompasión
Toda mi vida he buscado el afecto de las personas. Primero el de mi familia, especialmente el de mi padre. Luego en el colegio, en el instituto, en mi novio, ...
Eso me llevó a ser muy infantil y a no poder tomar en peso mi vida. no tenía personalidad y me dejaba llevar por los demás. Me hacía la buena constantemente, lo que me suponía estar siempre en tensión para no defraudar a nadie, ....
Vivía compadeciéndome, sufriendo por todo lo que me pasaba.
Encontrarme con Jesucristo cambió mi vida. No es que dejé de compadecerme así, de repente. No, porque las cosas de Dios suelen ir según Su tiempo, no según el mío, que sería "ahora y ya mismo".
Todo fue uno, encontrarme con Jesús y conocer a mi novio, que luego fue mi marido, hasta el día de hoy y el momento en que la muerte nos separe.
La maternidad llegó enseguida, y el primer sufrimiento gordo también (el primer aborto después del nacimiento de nuestra primera hija).
¡Una niña no podía con todo!
Así que, a base de "golpes", aprendí a no mirarme tanto a mí misma y empezar a abrir los ojos hacia los demás.
Toda mi vida es un milagro, pues para mí madurar era imposible, pues mi intención era apoyarme en los demás, no tener que decidir, huir de cada sufrimiento que llegaba, ..., ¡Todo fue inútil, gracias a Dios!
Para mí hoy es muy importante "empatizar" (esa palabrita que está tan de moda), ponerme en la piel de los demás, no para compadecerlos (pues mi propia experiencia me dice que la compasión mal entendida no sirve para nada), sino para sufrir y alegrarme con ellos. Estar a las "duras y a las maduras"
Y, por mi propio bien y el de los demás, intentar llevar la sonrisa siempre en la cara. Pues, está la sonrisa de dolor, que indica que se entiende y se comparte un dolor, y la sonrisa o, más bien, la risa de alegría, por la que se vive el gozo del otro, acompañándolo y alegrándose de su bien.
No, no es nada bueno vivir en la autocompasión y la compasión hacia los demás día trás día, por lo menos así lo creo, y preferiría alejarme de alguien antes que compadecerle.
Lo que necesito y creo que necesitan los demás , es el amor verdadero.
Eso me llevó a ser muy infantil y a no poder tomar en peso mi vida. no tenía personalidad y me dejaba llevar por los demás. Me hacía la buena constantemente, lo que me suponía estar siempre en tensión para no defraudar a nadie, ....
Vivía compadeciéndome, sufriendo por todo lo que me pasaba.
Encontrarme con Jesucristo cambió mi vida. No es que dejé de compadecerme así, de repente. No, porque las cosas de Dios suelen ir según Su tiempo, no según el mío, que sería "ahora y ya mismo".
Todo fue uno, encontrarme con Jesús y conocer a mi novio, que luego fue mi marido, hasta el día de hoy y el momento en que la muerte nos separe.
La maternidad llegó enseguida, y el primer sufrimiento gordo también (el primer aborto después del nacimiento de nuestra primera hija).
¡Una niña no podía con todo!
Así que, a base de "golpes", aprendí a no mirarme tanto a mí misma y empezar a abrir los ojos hacia los demás.
Toda mi vida es un milagro, pues para mí madurar era imposible, pues mi intención era apoyarme en los demás, no tener que decidir, huir de cada sufrimiento que llegaba, ..., ¡Todo fue inútil, gracias a Dios!
Para mí hoy es muy importante "empatizar" (esa palabrita que está tan de moda), ponerme en la piel de los demás, no para compadecerlos (pues mi propia experiencia me dice que la compasión mal entendida no sirve para nada), sino para sufrir y alegrarme con ellos. Estar a las "duras y a las maduras"
Y, por mi propio bien y el de los demás, intentar llevar la sonrisa siempre en la cara. Pues, está la sonrisa de dolor, que indica que se entiende y se comparte un dolor, y la sonrisa o, más bien, la risa de alegría, por la que se vive el gozo del otro, acompañándolo y alegrándose de su bien.
No, no es nada bueno vivir en la autocompasión y la compasión hacia los demás día trás día, por lo menos así lo creo, y preferiría alejarme de alguien antes que compadecerle.
Lo que necesito y creo que necesitan los demás , es el amor verdadero.
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