Hoy el título viene un poco largo; pero, por más vueltas que le he dado, no he encontrado la manera de acortarlo.
¿Alguien entiende lo que quiero decir con esas palabras? ¡Ojalá alguien haya podido experimentar lo mismo que yo! Lo deseo de corazón, pues pienso que es Dios quien pone delante a las personas, para luego, Él mismo, hablarles al corazón, por medio de un instrumento bastante "incompetente", como lo soy yo.
Ayer en mi parroquia tuvimos el gozo de vivir la primera misa de uno de nuestros catecúmenos. Hemos visto nacer su vocación; hemos estado a su lado, de parte de Dios, para ayudarle a encontrar el camino de la santidad; en resumen, lo hemos visto pasar de niño a joven, llegando a sus treintaitrés años, cuando Dios le ha confirmado su vocación, llenándole de la dignidad de ser su sacerdote. Hoy es otro Cristo en la tierra, de un modo mucho más visible de lo que podemos llegar a ser las "personas de a pie", que tenemos tantas cosas mundanas que nos "despistan" frecuentemente.
Pues bueno, para no irme "por las ramas", como es mi costumbre, sigo con l,o que me interesa comentaros.
Después de la celebración habían preparado un ágape en el colegio de las monjas. Yo pensaba decirle a mi marido que se quedara y yo me iría a casa, ya que, en primer lugar, me esperaba uno de mis nietos, para que le diera la cena; y en segundo lugar, no había dejado la cena hecha para la familia.
Pero, ¡mira por dónde!, ya en la parroquia había visto un matrimonio libanés que hace varios años empezaron el camino con nuestro misacantano (que les había invitado a la celebración), sentado con su hija menor, Nur (luz de Dios), entre los que habían ido a la misa.
Yo nunca corté la relación con ellos, especialmente con ella, Genoa (él se llama Bassam). Nos hemos visto alguna vez, nos hemos llamado por teléfono, le he visitado cuando nacieron sus hijas (la mayor se llama Beatríz); en fin, siempre he pensado que si Dios los había traído a la parroquia, si había querido que mi marido y yo nos encargáramos de prepararles para bautizarse (lo que, al final, decidieron no hacer), con lo que la relación era mayor que con cualquiera de los catequistas del grupo, ..., tenía que ser porque jamás debería dejarlos de lado y olvidarme de ellos.
¡Qué alegría cuando salí a la calle y ella estaba esperándome con una gran sonrisa en sus labios!
Nos abrazamos intensamente, nos besamos, nos miramos a los ojos, ... Repito, ¡qué alegría!
La verdad es que hacía casi un año, si no más, había dejado de verla, es decir, de quedar con ella para charrar, aunque sí la había visto por la calle varias veces.
Y, lo que yo creía sería un momento breve de cambiar impresiones, se convirtió en más de una hora, en la que me di cuenta lo mal que lo había hecho dejando de llamarla para quedar. Le pedí perdón, pues Dios la había estado probando con la muerte de su padre, en el Líbano, sin haber podido ir a estar a su lado, con la soledad absoluta (ya que su familia, por más que ha estado a su lado, no ha podido suplantar la compañía de su madre y sus hermanos).
La gente que la conoce del barrio, al verla de luto riguroso, ha estado juzgándola por ello. Me decía que del mismo modo en que se encontraba su corazón, de luto, no se veía vistiendo de color. Apenas hacía un tiempo había empezado a ponerse algún color pálido.
Y yo, sin enterarme, viviendo mi vida, a lo mío, a mis intereses, ..., sin acordarme de ella, aunque cada día rezo por todas las personas que Dios ha ido depositando con cariño, en mi corazón. Pero, no siempre puedo pensar en personas concretas, a no ser que me lo pidan especialmente.
¡Cuánto amor le dio Dios a través de mi pobre persona...! Los abrazos, los besos, el limpiar sus tristes lágrimas, ... Y ella, tan feliz de haber podido descansar en mi, después de tanto tiempo, en que sólo su familia la entendía, la comprendía, intentaba a yudarle, ...
¡Qué responsabilidad tan grande pone Dios en mí, aún a sabiendas de lo poco que lo merezco, que lo cuido, que lo hago carne costantemente, ...! Por mí misma, sería incapaz de darme a nadie, sólo a mí misma. Pero Cristo se hace carne en mí y ama a los que pone Dios delante de mi, para que conozcan a Su Padre, que es el Único bueno, que nunca da algo superior a nuestras fuerzas.
Pero hay quien no lo sabe; y, cuando llega el momento de hablar bien de Dios al que llora sobre el hombro, el tiempo se ha de detener, ...
Es un blog nuevo, por tanto viene con frescura, lleno de sinceridad, con comentarios llenos de vida, sin intención de convencer a nadie, pero sí de hacer pensar.
domingo, 31 de octubre de 2010
miércoles, 20 de octubre de 2010
Dios escucha
Sí, es verdad, Dios escucha. No sé la de veces, a lo largo de mi vida, que le he pedido cosas y me las ha concedido. Claro está, mis peticiones siempre llevaban las "coletillas": "si Dios quiere" o "si Dios cree que me conviene", ... Por lo que cuando no me lo ha concedido he estado segura que no me convenía en absoluto; y, como siempre digo, sin la ayuda necesaria del Espíritu Santo no hubiera visto más que Dios no me quería bien, no sabía lo que verdaderamente me convenía o pensamientos por el estilo.
Ayer tuvimos la celebración en la parroquia, que me gustó mucho y en la cual Dios me habló al corazón, como siempre, para ayudarme en mi camino de conversión. Como hacemos en cada celebración, al final quien lo desea puede hacerle sus peticiones. Llevo algún tiempo en que no pido nada personalmente en voz alta; lo hago en mi interior porque la mayor parte de las cosas que pediría lo hacen algunos hermanos y no me parece bien repetir, sólo por "hablar".
Anoche pedí porque nadie "me chafó". Y lo último que pedí fue que si me convenía, si Dios quería, que me diera trabajo. Cuando me escuche yo misma me sorprendí por pedirle eso a Dios. Pero ya estaba hecho y los hermanos se habían unido a mí en ese ruego.
Esta mañana me ha llamdo mi coordinadora en el arzobispado y me ha ofrecido una sustitución para veinte días.
Casi no tengo nada más que decir. Quien piense lo que yo, sabe que para Dios todo es posible, por más difícil que nos parezca a nosotros.
Por nuestro bien, no dejemos de dar gracias a Dios ni un solo día; y, cuando necesitemos algo, no sólo para nuestro bien sino para el de los que nos rodean, no dejemos de pedírselo a Él.
¡Gracias por vuestras oraciones por mí. Yo también rezo por vosotros cada día!
Ayer tuvimos la celebración en la parroquia, que me gustó mucho y en la cual Dios me habló al corazón, como siempre, para ayudarme en mi camino de conversión. Como hacemos en cada celebración, al final quien lo desea puede hacerle sus peticiones. Llevo algún tiempo en que no pido nada personalmente en voz alta; lo hago en mi interior porque la mayor parte de las cosas que pediría lo hacen algunos hermanos y no me parece bien repetir, sólo por "hablar".
Anoche pedí porque nadie "me chafó". Y lo último que pedí fue que si me convenía, si Dios quería, que me diera trabajo. Cuando me escuche yo misma me sorprendí por pedirle eso a Dios. Pero ya estaba hecho y los hermanos se habían unido a mí en ese ruego.
Esta mañana me ha llamdo mi coordinadora en el arzobispado y me ha ofrecido una sustitución para veinte días.
Casi no tengo nada más que decir. Quien piense lo que yo, sabe que para Dios todo es posible, por más difícil que nos parezca a nosotros.
Por nuestro bien, no dejemos de dar gracias a Dios ni un solo día; y, cuando necesitemos algo, no sólo para nuestro bien sino para el de los que nos rodean, no dejemos de pedírselo a Él.
¡Gracias por vuestras oraciones por mí. Yo también rezo por vosotros cada día!
jueves, 14 de octubre de 2010
Los sufrimientos de ahora ...
El título de esta nueva entrada está sacado de un fragmento de una carta de san Pablo a los Romanos. "Los sufrimiento de ahora no pesan lo que la gloria que un día se manifestará ..."
Los sufrimientos los hay de muchas maneras: por enfermedad, por carencia de dinero, por falta de trabajo, por vivir el abandono del mundo, de no sentirse querido, ...
Pienso que el más duro es el que viene por la falta de amor, por ser alguien que no importa a nadie, que nadie se interesa por él, que no hay quien tenga un simple pensamiento en el que aparezca, ...
Pero creo que Dios está por encima de todo sufrimiento y encontrándose con Jesucristo todo sufrimiento es llevadero, ya sabes, por eso de que "mi yugo es suave y mi carga ligera ..."
A lo largo de la historia del mundo, desde que Cristó pasó por él haciendo el bien, sufriendo voluntariamente hasta la muerte, para que ya nadie muera más sino que pueda alcanzar la Vida Eterna, ha habido muchas personas que, buscando un encuentro más íntimo con Él, han buscado deliberadamente los sufrimientos, y muchos de ellos hoy los conocemos como los Santos de la Iglesia.
Creo que debe haber muchos más que sólo Dios sabe que llegaron también a alcanzar la santidad; a fin de cuentas, eso es lo que importa, lo que Dios sepa y no lo que sepamos los hombres.
Pero también creo que lo más normal, lo que nos sale en principio es huir de todo sufrimiento que podamos "controlar". Y cuando no podemos controlarlo, pues viene la rebelión contra Dios y Su voluntad para nosotros. Uno de los sufrimientos incontrolables para mí es el que viene por la salud, mejor dicho, por la falta de ella. De esa Dios ha tenido a bien hacerme bastante conocedora; y no sólo eso, sino que en su gran misericordia conmigo (nada merecida, por supuesto), hasta hoy me da la fuerza del Espíritu Santo, para vivir en la alegría, a pesar de ....
Antes, nada tenía sentido. Me venían "males" por todas partes y no entendía por qué. Unas veces, al principio, llegué a pensar que Dios me castigaba por lo malo que hacía o lo bueno que dejaba de hacer.
Pero, ¡qué descanso cuando escuche esa lectura donde dice que Dios a sus hijos preferidos los trata (o corrige) con vara de palo...!
Sí, lo puedo decir y con inmensa alegría, Dios se ha fijado en mí para hacerme pasar por cosas que, sin Su ayuda, serían una maldición para mí.
Al que tenga la santa paciencia de leerme, le suplico encarecidamente rece por mí, porque soy débil y todo lo vivo por la gracia de Dios; y, si en algo confía en mí, implore la ayuda del Espíritu Santo ante cualquier sufrimiento, que Él le dará fortaleza y le susurrará dulcemente al oído del corazón que el Amor que Dios le tiene es tan grande, que no sabe cómo llamar su atención para que lo sepa.
Dios quiere hijos predilectos, sólo tenemos que dejarle nos elija y ponernos en Sus manos.
Porque lo realmente importante es "¡Sólo Dios!"
Los sufrimientos los hay de muchas maneras: por enfermedad, por carencia de dinero, por falta de trabajo, por vivir el abandono del mundo, de no sentirse querido, ...
Pienso que el más duro es el que viene por la falta de amor, por ser alguien que no importa a nadie, que nadie se interesa por él, que no hay quien tenga un simple pensamiento en el que aparezca, ...
Pero creo que Dios está por encima de todo sufrimiento y encontrándose con Jesucristo todo sufrimiento es llevadero, ya sabes, por eso de que "mi yugo es suave y mi carga ligera ..."
A lo largo de la historia del mundo, desde que Cristó pasó por él haciendo el bien, sufriendo voluntariamente hasta la muerte, para que ya nadie muera más sino que pueda alcanzar la Vida Eterna, ha habido muchas personas que, buscando un encuentro más íntimo con Él, han buscado deliberadamente los sufrimientos, y muchos de ellos hoy los conocemos como los Santos de la Iglesia.
Creo que debe haber muchos más que sólo Dios sabe que llegaron también a alcanzar la santidad; a fin de cuentas, eso es lo que importa, lo que Dios sepa y no lo que sepamos los hombres.
Pero también creo que lo más normal, lo que nos sale en principio es huir de todo sufrimiento que podamos "controlar". Y cuando no podemos controlarlo, pues viene la rebelión contra Dios y Su voluntad para nosotros. Uno de los sufrimientos incontrolables para mí es el que viene por la salud, mejor dicho, por la falta de ella. De esa Dios ha tenido a bien hacerme bastante conocedora; y no sólo eso, sino que en su gran misericordia conmigo (nada merecida, por supuesto), hasta hoy me da la fuerza del Espíritu Santo, para vivir en la alegría, a pesar de ....
Antes, nada tenía sentido. Me venían "males" por todas partes y no entendía por qué. Unas veces, al principio, llegué a pensar que Dios me castigaba por lo malo que hacía o lo bueno que dejaba de hacer.
Pero, ¡qué descanso cuando escuche esa lectura donde dice que Dios a sus hijos preferidos los trata (o corrige) con vara de palo...!
Sí, lo puedo decir y con inmensa alegría, Dios se ha fijado en mí para hacerme pasar por cosas que, sin Su ayuda, serían una maldición para mí.
Al que tenga la santa paciencia de leerme, le suplico encarecidamente rece por mí, porque soy débil y todo lo vivo por la gracia de Dios; y, si en algo confía en mí, implore la ayuda del Espíritu Santo ante cualquier sufrimiento, que Él le dará fortaleza y le susurrará dulcemente al oído del corazón que el Amor que Dios le tiene es tan grande, que no sabe cómo llamar su atención para que lo sepa.
Dios quiere hijos predilectos, sólo tenemos que dejarle nos elija y ponernos en Sus manos.
Porque lo realmente importante es "¡Sólo Dios!"
miércoles, 6 de octubre de 2010
No robarás
Ayer por la noche tuvimos una celebración. El tema que se trataba era el séptimo Mandamiento de la ley de Dios: No robarás.
Mi relación con los Mandamientos ha sido siempre la misma que creo tiene el resto de gente: no he matado a nadie; no he mentido "exageradamente", además, siempre han sido "mentiras piadosas"; mis padres no tienen ninguna queja de mí, pues he sido buena hija; ....
Y así, encontrarme algún pecado entre los diez mandamientos ha resultado bastante difícil; eso sí, he murmurado, he hablado mal de alguien, ... (que en realidad también pertenecen a los mandamientos, pero no lo he pensado)
Dios siempre viene en mi ayuda, pues me inclino casi siempre a lo fácil, a lo que me conviene (según yo), no busco más allá de lo "normalito", ...
¿Robar yo? ¡Jamás!
Resulta que los bienes que Dios me concede (y en abundancia, tanto materiales como espirituales), no son míos, sino que, por justicia son de todos los hombres. Es decir, que a nada puedo decir mío (aunque la Iglesia defiende la propiedad privada), sino vivir cada don, de la clase que sea, como algo para compartir.
Así, bien puedo constatar que robo constantemente. Me encanta acaparar para mí; incluso cositas sin importancia, para mí son imprescindibles y no pienso en dejar que nadie participe de esas pequeñas propiedades.
Por ello, al final, como siempre, peco de falta de amor. Sólo me amo a mí misma, viviendo en un egoísmo constante, que me aleja de los demás, dejándome en una soledad completa, que nadie llena, ni siquiera yo.
Quiero dejar de robar, lo necesito, por mi propio bien, y por hacer justicia con los demás, que, por otra parte son Cristo, que me pide que lo ame.
Mi relación con los Mandamientos ha sido siempre la misma que creo tiene el resto de gente: no he matado a nadie; no he mentido "exageradamente", además, siempre han sido "mentiras piadosas"; mis padres no tienen ninguna queja de mí, pues he sido buena hija; ....
Y así, encontrarme algún pecado entre los diez mandamientos ha resultado bastante difícil; eso sí, he murmurado, he hablado mal de alguien, ... (que en realidad también pertenecen a los mandamientos, pero no lo he pensado)
Dios siempre viene en mi ayuda, pues me inclino casi siempre a lo fácil, a lo que me conviene (según yo), no busco más allá de lo "normalito", ...
¿Robar yo? ¡Jamás!
Resulta que los bienes que Dios me concede (y en abundancia, tanto materiales como espirituales), no son míos, sino que, por justicia son de todos los hombres. Es decir, que a nada puedo decir mío (aunque la Iglesia defiende la propiedad privada), sino vivir cada don, de la clase que sea, como algo para compartir.
Así, bien puedo constatar que robo constantemente. Me encanta acaparar para mí; incluso cositas sin importancia, para mí son imprescindibles y no pienso en dejar que nadie participe de esas pequeñas propiedades.
Por ello, al final, como siempre, peco de falta de amor. Sólo me amo a mí misma, viviendo en un egoísmo constante, que me aleja de los demás, dejándome en una soledad completa, que nadie llena, ni siquiera yo.
Quiero dejar de robar, lo necesito, por mi propio bien, y por hacer justicia con los demás, que, por otra parte son Cristo, que me pide que lo ame.
viernes, 1 de octubre de 2010
Saber escuchar
Hace unos días visité a una mía, que recientemente ha enviudado. Nos queremos mucho y siempre hemos tenido tema de conversación, cunado hemos estado juntas. No es creyente, pero me impresionó cuando enterraron a mi tío, y me dijo que, ya que yo rezaba, rezara por él.
En mi pensamiento, cuando me preparaba para la visita, manejé varias cosas que comentarle. Pensaba que estaría todavía muy triste y que le ayudaría a "desconectar" un poco.
Mi sorpresa fue que, desde que llegué, estuvo casi todo el tiempo hablándome ella, contándome anécdotas de mi tío; nos reímos bastante, y a ella se le veía bien. Es cierto que en un instante aparecieron una lágrimas pequeñitas en sus ojos; pero, los recuerdos de mi tío, hablarme de él, más que nada, le consolaba.
Nada de lo que llevaba pensado dije, y pensé que muchas veces, cuando visito a alguien, hablo, hablo y hablo, sin pensar que si dejara hablar la otra persona saldría reconfortada. Pero en eso, como en tantas cosas de mi vida, soy una egoista total y sólo pienso en mí.
Dios siempre es muy bueno conmigo, pues esta experiencia me ayudó a recapacitar, preguntarme si sabía escuchar o no. Y descubrí que no.
Al primero que me cuesta escuchar es a mi marido. Es el rey de la "calma"; cuando hago o digo
algo, siguiendo mi impulso natural, lo hago un tanto acelerada. Y su "¡calma, calma!", me hace frenar, aunque no siempre, lo reconozco.
Y tengo la mala costumbre de acabar algunas de sus frases, porque me pongo nerviosa cuando me habla con su reposado hablar característico. Esto, que lo vengo notando hace ya tiempo, intento que no suceda, y Dios me está ayudando. Pero, hay veces, ...
¿Escuchar a mis hijos? Me he esforzado por hacerlo siempre, pero, como conn su padre, me puede cuando dan rodeos, hablan pausádamente, o cosas así. Es una lucha constante, la verdad, y confío en que el Espíritu Santo siga ayudándome y yo pueda obedecer a sus ayudas.
Escuchar a los demás, es algo que, no por deferencia, sino por timidez, lo he ido haciendo. Quizá ahora, que vivo con bastante libertad, es posible que haga de las mías y hable más que escucho. ¡Casi seguro! A veces me he dado cuenta de que estaba haciéndolo y he intentado pararme y dejar que sea el otro el que hable.
Pero, lo que más me importa, es poder saber escuchar a Dios. Porque, lo que creo es que si le escucho a Él, sabré callar y escuchar más a los que se relacionan conmigo.
No creo que sea una batalla perdida, pues sé que he podido ser una buena "oidora" algunas veces (siempre por el Espíritu Santo). Así que, sin desfallecer, poniendo mi esperanza donde debo (en Dios), cada día podré ir dejando de pensar tanto en mí, para donarme a los demás.
¡Qué así sea!
En mi pensamiento, cuando me preparaba para la visita, manejé varias cosas que comentarle. Pensaba que estaría todavía muy triste y que le ayudaría a "desconectar" un poco.
Mi sorpresa fue que, desde que llegué, estuvo casi todo el tiempo hablándome ella, contándome anécdotas de mi tío; nos reímos bastante, y a ella se le veía bien. Es cierto que en un instante aparecieron una lágrimas pequeñitas en sus ojos; pero, los recuerdos de mi tío, hablarme de él, más que nada, le consolaba.
Nada de lo que llevaba pensado dije, y pensé que muchas veces, cuando visito a alguien, hablo, hablo y hablo, sin pensar que si dejara hablar la otra persona saldría reconfortada. Pero en eso, como en tantas cosas de mi vida, soy una egoista total y sólo pienso en mí.
Dios siempre es muy bueno conmigo, pues esta experiencia me ayudó a recapacitar, preguntarme si sabía escuchar o no. Y descubrí que no.
Al primero que me cuesta escuchar es a mi marido. Es el rey de la "calma"; cuando hago o digo
algo, siguiendo mi impulso natural, lo hago un tanto acelerada. Y su "¡calma, calma!", me hace frenar, aunque no siempre, lo reconozco.
Y tengo la mala costumbre de acabar algunas de sus frases, porque me pongo nerviosa cuando me habla con su reposado hablar característico. Esto, que lo vengo notando hace ya tiempo, intento que no suceda, y Dios me está ayudando. Pero, hay veces, ...
¿Escuchar a mis hijos? Me he esforzado por hacerlo siempre, pero, como conn su padre, me puede cuando dan rodeos, hablan pausádamente, o cosas así. Es una lucha constante, la verdad, y confío en que el Espíritu Santo siga ayudándome y yo pueda obedecer a sus ayudas.
Escuchar a los demás, es algo que, no por deferencia, sino por timidez, lo he ido haciendo. Quizá ahora, que vivo con bastante libertad, es posible que haga de las mías y hable más que escucho. ¡Casi seguro! A veces me he dado cuenta de que estaba haciéndolo y he intentado pararme y dejar que sea el otro el que hable.
Pero, lo que más me importa, es poder saber escuchar a Dios. Porque, lo que creo es que si le escucho a Él, sabré callar y escuchar más a los que se relacionan conmigo.
No creo que sea una batalla perdida, pues sé que he podido ser una buena "oidora" algunas veces (siempre por el Espíritu Santo). Así que, sin desfallecer, poniendo mi esperanza donde debo (en Dios), cada día podré ir dejando de pensar tanto en mí, para donarme a los demás.
¡Qué así sea!
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